Por:
Juan David Cárdenas
Realizador audiovisual y teórico de la imagen
Docente de la Escuela de Comunicación, Artes Visuales y Digitales
Cada enero se habla de las expectativas y de los retos para el año que empieza. De manera irónica, año tras año, como en los sueños recurrentes, las mismas expectativas y los mismos retos tienden a repetirse. En cada pronóstico que reitera las mismas buenas intenciones de los años anteriores, tienden a aflorar las ansiedades colectivas más inconscientes y hasta más inconfesables. El caso del cine colombiano es paradigmático. Es reiterativa la solicitud de anticipaciones sobre el cine nacional cada vez que caen los decorados navideños. Quisiera introducir un palo en esta rueda de redundancias para darle una nueva dimensión a la angustia por el porvenir de nuestra cinematografía.
Por lo general, a la inquietud por el destino a corto plazo de nuestro cine se ha respondido con soluciones perezosamente prefabricadas, carentes de voluntad de pensar la imagen como fenómeno social y proclives a satisfacerse con la idea de una cinematografía reducida a un ranking. Es tristemente usual toparse con anticipaciones del provenir de nuestro cine en los reducidos términos de la taquilla, las ventas del primer fin de semana y la participación y premiación en festivales europeos. Este cúmulo de predicciones carentes de imaginación se reducen a la angustiosa pregunta por la consolidación de la sacrosanta industria cinematográfica. Como si se tratara de la plantilla estandarizada para un discurso de trámite de un típico ministro de Cultura, las ansiosas predicciones apuntan a afirmar o negar la abstracta consolidación de la tan anhelada industria del cine colombiano. Pues bien, a esta inquietud manida y carente de originalidad, Carlos Mayolo, uno de los directores más prolíficos y respetados del cine nacional, le dio una respuesta contundente. Para él, como lo expresó en varias entrevistas, la pregunta por la consolidación de una industria debía ser subsumida por el poderoso problema del fortalecimiento de una cinematografía nacional. Cinematografía e industria cinematográfica no se deben confundir. Al hablar de cinematografía nacional, me refiero a la densificación de una esfera pública en la que las imágenes en movimiento encuentren su lugar como catalizadores de nuestra vida social y política. El anhelo de una genuina cinematografía nacional supone la expectativa de consolidación de una comunidad de sujetos que encuentren en el cine un aglutinante social capaz de afectar su sensibilidad como contrapeso de los monopolios periodísticos, propagandísticos y publicitarios.
Sin lugar a dudas, el año 2022 dejó una serie de reconocimientos merecidos. Películas como La jauría de Andrés Ramírez, Los reyes del mundo de Laura Mora o Alis de Clare Weiskopf y Nicolás van Hemelryck resonaron en vitrinas internacionales como lo son los festivales de Cannes, Berlín o San Sebastián. Como es frecuente y a la vez desconcertante, a la sombra de estos reconocimientos en espacios de exhibición categoría A, fueron estrenadas otro tipo de películas casi que desconocidas para el público local. Nuestra película de Diana Bustamante o Anhell 69 de Theo Montoya, son sólo dos de la gran cantidad de piezas arriesgadas que flotan entre el documental y la ficción, entre la narración y la exploración sensorial, entre la imagen y el discurso, cada una a su manera. Se trata de propuestas que nos obligan a pensar el cine en plural: ya no sólo cine, sino, más bien, cines. La producción colombiana reciente ha sido prolífica en la generación de propuestas audiovisuales tan refrescantes como desconocidas por el público más amplio. Los circuitos más convencionales de exhibición, tanto presenciales como de streaming, no orientan su atención hacia esta cinematografía alimentando el estatismo de lo que en el lenguaje empresarial se llamaría “el gusto del consumidor”.
Sin embargo, creo que el motivo más inquietante para alimentar la expectativa por lo que vendrá, tiene que ver con otra variable. En 2022 finalizó el gobierno de la Economía naranja. Una administración que llena de promesas industriales para el sector cultural hizo más bien poco. En su reemplazo, llegó la todavía muy reciente jefatura de Gustavo Petro quien como aspirante a la presidencia hizo de la cultura y el deporte uno de los ejes centrales de su plan de gobierno orientado al proyecto de la Paz total. Como alcalde de Bogotá, Petro lideró la conformación de los Clanes, proyectos de formación comunitaria en artes y oficios que posibilitaron la educación y sensibilización artística de los jóvenes de muchos sectores marginados de la capital. De acuerdo con su plan de gobierno como aspirante presidencial, se proyecta ampliar esta iniciativa a todas las regiones del país. Así, las expresiones culturales públicas y comunitarias están en el corazón de esta iniciativa por encima de la centralización industrial.
A esto se le suma la designación en el Ministerio de Cultura a Patricia Ariza, primera responsable de este cargo que viene genuinamente del mundo de la creación artística. Esto puede ser favorable en tanto supone un conocimiento en primera persona de las necesidades del sector, pero, a su vez, puede implicar el riesgo del desconocimiento gerencial que supone un cargo de esta magnitud. De cómo se sepa rodear la ministra depende mucho. En un contexto en el que el Fondo de Desarrollo Cinematográfico (FDC) ha mostrado quedarse corto en relación a las nutridas iniciativas cinematográficas del país, las decisiones institucionales resultan definitivas para el fortalecimiento de una planta que tras florecer corre el riesgo de desperdiciar su potencial.
Hay que agregar a todo esto la expectativa que genera la reforma tributaria que se acaba de aprobar. Debemos recordar el susto que se llevó el sector cinematográfico nacional ante la iniciativa del actual ministro de Hacienda de afectar los incentivos tributarios creados con la ley 814 de 2003, llamada “Ley del cine”. Afortunadamente la reacción del medio fue oportuna y la corrección inmediata del gobierno generó tranquilidad. Cabe tener en cuenta que la reforma puede llegar a desincentivar a los posibles inversionistas privados o extranjeros al restarle flexibilidad a cierto tipo de exenciones tributarias usualmente asociadas a las producciones nacionales de más alto presupuesto. Sin embargo, parece que el corazón de la ley del cine será respetado. Igualmente, la reforma contempla que desde el año 2024 puedan llegar a encarecerse los costos de consumo de las plataformas de exhibición streaming tipo Netflix al ingresar a un nuevo régimen de tributación.
A propósito de la exhibición cinematográfica vía streaming, no puedo menos que celebrar el ascenso en el mercado local de una plataforma como MUBI que ofrece una cartelera audiovisual alternativa que de ninguna manera llegaría a las salas de exhibición más comerciales. Su presencia empieza a sentirse. Sumado a esto, resulta estimulante el crecimiento de la oferta de una plataforma dedicada exclusivamente al cine colombiano como lo es RTVC-Play. Algunas de las películas nacionales más recientes ya pueden ser vistas y repetidas desde la comodidad del hogar. Desafortunadamente una plataforma como Retina Latina no ha experimentado el mismo florecimiento en los últimos tiempos. Adicionalmente, cabe resaltar la importancia del robustecimiento de los espacios alternativos de exhibición del tipo festivales locales, temáticos, comunitarios, muestras cinematográficas, curadurías y cinematecas regionales. Todos ellos cruciales para la consolidación de una verdadera democracia audiovisual que de lejos desborda los imaginarios de la más próspera de las industrias cinematográficas.
Se sabe que recientemente finalizó el rodaje de la última película de César Acevedo, ganador de la Cámara de oro en Cannes con La tierra y la sombra en 2015. Hay que ver si el 2023 es el año del estreno de esta nueva pieza. A título personal, espero ver pronto el primer largometraje filmado en Colombia de Juan Sebastián Quebrada quien con Días extraños (2015), su ópera prima, dio muestra de sensibilidad y talento. Este proyecto fue filmado recientemente y fue merecedor de los premios de escritura de guion y producción de largometraje del FDC en años anteriores.
Hemos intentado pensar nuestra cinematografía más allá de nuestros ansiosos imaginarios de competencia artística e industrial. Lejos de construir una letanía en nombre del arte o un prontuario en defensa de la industria, nos hemos esforzado por pensar el cine como cinematografía y, así, como vehículo hacia otro mundo posible. Nos hemos esforzado por hacer de esta invitación a pensar el porvenir inmediato de la cinematografía colombiana un acto de imaginación estético-política.
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