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Asahi Ueda lleva siguiendo a la selección japonesa de fútbol desde hace treinta años. El primer Mundial que presenció fue Italia’90. Estaba en el país con un viaje del Instituto y se las apañó para ver algunos partidos. Desde entonces no ha faltado a ninguna cita mundialista. Dirige a un grupo de aficionados conocidos como “Ultras Corazón”, que acompañan a la selección nipona allá donde vaya. Asahi sigue de igual manera a su equipo local, el FC Tokyo, y también dirige a la barra que presta su apoyo incondicional al club de la capital japonesa. Cualquier persona relacionada con el mundo del fútbol en Japón le conoce, desde los jugadores hasta los presidentes de los clubes, pasando por la mayoría de aficionados al deporte rey en su país.
Durante este Mundial, Asahi coordinó las gargantas de unos dos mil aficionados que alentaron a Japón en la primera fase. Los aficionados japoneses son muy disciplinados, y sólo cantan las condiciones que él considera oportunas en cada momento para animar y motivar a sus jugadores. Cuando Asahi quiere que sus muchachos dejen de cantar, le basta con mover ligeramente el cuello hacia uno de los lados para que se haga un silencio reverencial a su alrededor. Cuando el colegiado decreta el final de la contienda, todos los hinchas japoneses arrojan botellas, recipientes y demás desperdicios generados durante el partido, en unas bolsas de plástico que traen para tal efecto.
Hace ocho años, Alfonso se montó en un autobús en Tijuana, su ciudad natal, y tras cuarenta y ocho horas llegó a la ciudad de México, donde compró un pasaje de avión para Alemania. Como tenía tiempo hasta la hora de salida del vuelo, fue a un mercado local y compró también la camiseta que luce en la fotografía. Tan pronto como llegó a Alemania, fue retenido bajo custodia por la policía alemana hasta que tuvieron la certeza de que no era una mula que transportaba droga a Europa. “Estaba limpio, pero es cierto que mi aspecto y mi vestimenta nunca me han ayudado” – me admitió en confianza.
Alfonso no habla ni una palabra de alemán por lo que no fue sencillo para él llegar hasta la ciudad donde la selección mexicana jugaba su primer partido en el Mundial del 2006. Cuando finalmente se vio en el interior del estadio, rodeado de compatriotas y cantando el himno nacional, este obrero de 68 años no pudo reprimir el llanto. Cuando dejó México en ésta su segunda aventura mundialista, Alfonso confiaba en disfrutar de una gran experiencia, como la que tuvo la suerte de vivir en Alemania, y estaba dispuesto a todo, incluso a dormir todos los días en su tienda de campaña si era menester, con tal de ver a México llegando lo más lejos posible.
Amar y su padre viajaron desde Mongolia hasta Río de Janeiro para seguir las evoluciones de los cuartos de final entre Alemania y Francia que se disputaron en Maracaná. Amar, que estudia en Florida, quería que Klose anotara un tanto y se encumbrara como el mayor goleador en la historia de los Mundiales. Para eso tuvo que esperar un partido más. Pese a su apoyo hacia los alemanes, cuando nos encontramos en Maracaná, Amar me manifestó que en su opinión, aunque son muy dependientes de su estrella Messi, Argentina iba a levantar la Copa en la final.
El padre de Amar vive en Ulán Bator, la capital y ciudad más grande de Mongolia, y tiene su propia compañía especializada en tecnología. El baloncesto es otra de sus pasiones y también preside un club local, los Alliance Tech Hawks. A finales de este verano estará en España para presenciar en directo el Mundial de baloncesto e intentará el fichaje de algún jugador que esté dispuesto a participar en la liga de su país.
¿Terminarán los hermanos Gasol mudándose a Mongolia? Para conocer la respuesta tendremos que esperar hasta Septiembre…