Siempre creí que desde la política se cambiaba el mundo y hasta quise entrar en ese mundo por mucho tiempo hasta que me di cuenta de que es un espacio para personas más «calculadoras», «lambonas» y «presumidas», de lo que me atrevería a ser. Es por eso que ahora me gusta observar cómo se maneja el poder desde otros lugares:  opiniones populares, medios alternativos, el arte y ,por su puesto, la música.

La música tiene un poder real de transformación. Entre este año y el pasado hemos tenido el placer (como si no lo mereciéramos por quedar en esta esquina del mundo denominada el Tercer Mundo) de contar con distintos músicos que nos han hecho vibrar de emoción no importa el gusto: desde el ex beatle Paul McCartney, el brasileño Gilberto Gil,  Norah Jones (proximamente) — entre muchos otros– hasta el mexicanísimo Vicente Fernández, que viene anunciando su despedida desde hace mucho tiempo. Pero bueno hay para todos los gustos.

Sin embargo, a mí me han dejado realmente sin aliento tres presentaciones.

La primera: Aerosmith que venía por segundo año consecutivo. No puedo olvidar los gritos de Steven Tyler en pleno cielo Bogotá que me hacían ver estrellitas. Los movimientos del sexy y viejo Tyler aún despiertan, en serio, el deseo de todas las asistentes. Pero es la forma en la que esas canciones nos ponen los pelos de punta, se nos olvida todo lo que ocurre allá afuera y aparece un universo distinto. Desde Dream On -interpretada en el piano- hasta I dont wanna miss a thing se convirtieron en un mar de suspiros y vibraciones esa noche.

Esa es la música, más que un escape,  una tonalidad energética diferente en cada persona o voz, y en la forma en la que cada quien toca unos instrumentos.

Y qué decir de Concha Buika, esta bella negra de Palma de Mallorca -interprete de algunas canciones que fascinaron a Almodóvar- quien nos transportó a relaciones pasadas, presentes, futuras, heterosexuales y bisexuales. Con su belleza y sabiduría nos fue narrando la historia detrás de cada una de sus canciones, el momento en el que conoció a Chavela Vargas, el amor cubano que dejó atrás, la bogotana que la incendió, todo. Su nivel de interpretación es el mejor. Su voz gruesa y los gritos melancólicos que lanza son como un túnel profundo que nos conduce a lo más recóndito de nuestra alma, de lo feo y de lo bonito, de lo superficial y de lo oculto. Un brindis final «para que todos los que se fueron voluntariamente de nuestra vida no regresen» fue el broche de oro para esa noche con la Buika.

Precisamente el broche de oro de este año ejemplar en materia de conciertos fue esta semana en la que pude conocer de cerca la dulce y suave voz de Julieta Venegas, que refleja en realidad la personalidad tranquila, pacífica y madura de esta mexicana que a través de la maternidad ha venido componiendo recientemente distintas canciones sencillas que nos recuerdan inicios y finales y que nos hacen ver que una historia nunca es una cosa ni la otra, sino muchísimos fragmentos más allá de lo bueno y de lo malo.

A Julieta tuve la oportunidad de verla en una rueda de prensa antes de la presentación en el escenario. Se le notaba por encima una timidez abrumadora. Sin una pizca de maquillaje habló de cómo su carrera nunca se ha desligado de su parte personal, de lo duro que ha sido la preparación de su voz, ya que su fuerte es componer y tocar instrumentos. En realidad llegó a cantar por una simple casualidad. Un grupo de música la llamó para participar como música y terminó cantando, simplemente porque no había otra chica ahí. 

Ya en el escenario se  volvió otra cosa: tímida, pero imponente. Había música, baile y una alegría calmada. Su energía era distinta pero se sentía entre todos sus acordes y en el grupo musical que la rodeaba.

Precisamente, hacia allá va mi punto: cada músico -con su estilo muy diferente-, voz o nota nos transmiten algo (que  yo llamo energía, pero podemos decirle como queramos). Esta nos contagia y nos hace viajar a pensamientos que sabíamos que teníamos -o no-  y nos proporciona la fuerza para seguir o abandonar algo.

Lastimosamente, no puedo hablar del concierto de Paul McCarney porque no fui, pero estoy segura que para los que asistieron esta experiencia fue más allá de lo que yo podría describir acá. Así que me disculparan por omitirlo.

Por ahora quiero seguir  viviendo la música y solo a veces dejarle un rato a la política (aunque pido un poquito de igualdad para que en todas las ciudades de Colombia se pueda disfrutar de este tipo de conciertos. Ese sería mi eslogan político, si es que decido lanzarme algún día al Congreso).