Volver a ser simple como un niño, sin miedos ni vergüenzas. Volver a jugar y dejarse llevar por un momento sin pensar en nada más. Volver a jalarle el pelo a un amigo que nos saque la rabia. Dormir horas interminables, sin que nos importe despertarnos tarde. Pintarme la nariz con el lápiz negro del maquillaje de mi tía y pretender que soy un animal feroz. 

Volver a ser el personaje de la serie de televisión que más me gusta.

Volver a ser el alcohólico de los amigos en el colegio. Volver a ser un anónimo para que a nadie le importe lo que hagamos. Volver a ser simplemente lo que somos y botar esas máscaras cotidianas llenas de smog. Volver a ser una persona no pública, sin Facebook, ni Twitter…

Volver a ser un cursi, tal vez un idiota, que sabía crear castillos en el aire y desarmarlos con las misma facilidad. 

Volver a ser una roca, como dicen los budistas que pudimos ser en otra vida, para no sentir o vivir observando tirado en el pasto con moho a los lados.

Volver a ser cualquier otra cosa cuando estamos cansados, empalagados y agostados de ser nosotros mismos: un carro, una mariposa, un mar, una ficha de lego, un pobre, un millonario, algo, algo distinto a lo que vemos cada día.  

Puede que sea culpa de este lunes gris, pero es que a veces simplemente dan ganas de volver a ser…