Retomar, comenzar, volver a nacer, escribir para no olvidar quién se es (o quién se fue) y poder seguir destacando lo que nos extraña o interesa de la existencia propia o ajena: todas estas fueron mis razones para reinaugurar mi blog ¿A quién le importa? que nació, justamente, hace tres años.
Bueno, ya después de una corta introducción y un saludo muy cariñoso a quienes aman leer, escribir o imaginar, vuelvo al tema que me atañe en esta entrada: nuestro mundo actual, caótico y lleno de cambios, perdidas y, por ende, oportunidades.
Mundo que me ha tocado vivir por un año lejos de Colombia (y que ahora se alargará a dos) en Madrid, España, donde también se sienten las turbulencias. Por eso hoy dedico mi primer post a los gritos, esa forma de expresión humana que algunos utilizamos para desahogarnos, pero que otros han tomado como forma habitual de habla.
Aquí va precisamente mi punto, mi manía, mi fobia: no soporto escuchar más gritos, no es una exageración, pero si son cuidadosos a su alrededor verán que la persona que grita puede llegar a dañarles el más zen de los estados. Mis amigos españoles —que tanto se han burlado de esta fobia mía a las personas que hablan a los gritos —creerán que solo hablo de ellos, pero no es así. A mi alrededor veo a todo tipo de personas con esta especie de locura ensordecedora: asiáticos, europeos, africanos, latinoamericanos, DE TODAS LAS NACIONALIDADES vociferan por las calles —ya no solo en bares— y dejan a los maniáticos antigritos como yo cansados, agotados, con ganas largarse a buscar un refugio en las montañas.
Sin embargo, debo exponer la otra cara de la verdad (aunque por supuesto que no defiendo el hecho de hablar a los gritos en los espacios comunes) y es que un grito en el momento adecuado puede llegar a ser tranquilizante. Sí, tranquilizante y crear una paz profunda. Lo admito hace poco tuve que hacerlo como catarsis en un mal día. El grito, como podría pensarse al ver el cuadro del noruego Edvard Munch, representa la angustia de una época en crisis. Y eso es lo a que a mi modo de ver expresan tantos gritos en la calle (y de tantas nacionalidades). Estamos hablando a los gritos a ver si nos entendemos, con la falsa ilusión de que alguien nos va a escuchar en medio de un tumulto alterado. Solo por esa razón trato de controlar mi fobia hacia los gritones, de comprenderlos un poquito más e invitarlos a tratar de pegar un solo grito en unísono a ver si nos regalamos un poquito más de paz, al menos en las calles.