Carta a mi preciosa hija,

Tu nombre me sabe a mar y a tierra y, por eso, cuando después de casi ocho meses decidimos por fin que así te llamarías sentí una felicidad inmensa de llevarte en mi barriga y saber que tú llegada ha sido la sensación más maravillosa y para la que menos palabras he tenido en la vida.

Sí, así es, nos dejaste en silencio desde el primer día que supimos que llegarías a nuestras vidas. Recuerdo que llevábamos meses hablando de ti y anhelándote y, sin embargo, no esperábamos que la sensación de que estuvieras tan pronto con nosotros nos inundaría de miles de emociones y de cambios. Hoy que han pasado ocho meses, y estamos a casi a uno de tu llegada, te agradezco que nos hayas enseñado a vivir cada día como el ahora, que es lo único necesario, a tomar una decisión a la vez y a agradecer por cada cosa, por simple, pequeña o inesperada que sea.

El proceso de nuestra espera por ti comenzó a revelarnos todos los miedos y emociones encubiertas en el fondo del corazón. Uno no espera que un hijo llegue a revelarle todo: lo bueno y lo malo. A enseñarle a no anticiparse y a que debe respirar cada minuto con ganas y determinismo para ganarle a la incertidumbre. Es sin duda el momento con más miedos y, a la vez, el más bello del mundo.

Eres, desde la barriga, un ser tan lleno de luz y magia, que es imposible describir la sensación de tenerte. Para resumirte lo que ha sido este tiempo en que llegaste a revolcar nuestro mundo, puedo decir que desde ya te considero una viajera y una aventurera innata. En las primeras semanas ya montabas en parapente (cuando tus papás no sabían que ya estabas aquí), hiciste un vuelo trasatlántico a Colombia (donde nos enteramos de tu llegada) luego volviste al otro lado del mundo, me acompañaste en cada larga clase de literatura (con la espalda y la cabeza cansadas, pero con amor por lo que me apasiona), en ese duro mes de amenaza en el que no nos podíamos ni parar de la cama para evitar perderte: te aferraste a mí como la guerrera que ya sé que eres, vimos maravillas juntas de la antigüedad en Grecia y, finalmente, volvimos a Colombia con la ilusión de llegar a nuestra ciudad, Ibagué, con muchas ansias del calorcito y de la gente con la que uno se crío, pero también con otro cambio inesperado de la mano del zika. Así nuestra decisión fue quedarnos en la fría capital y abordar de nuevo que la vida es linda donde se presente, encontrar lo bueno y sonreír de que tu llegada es más importante que las expectativas que a veces tenemos en nuestras limitadas mentes humanas.

Gracias Martina, la niña del mar y de la tierra, por traernos paz, enseñarnos del amor y de la vida como un cambio constante y real y también por mostrarnos que debemos amarnos tal y como somos, sin mentiras o máscaras. Solo con el hecho de que tú nos escogieras como padres no puede haber una sensación más intensa de felicidad y armonía con el mundo.

Si hay una lección que aprender es que el cambio es la vida.

@JuanaRestrepo87