«Ella era una niña feliz», contaba Luz Velasco, tía de Yuliana Samboní, acerca de su sobrina en una crónica de la revista Semana, además de relatar cómo en su familia ya habían perdido de forma violenta a otros dos sobrinos y cuando apenas se estaban recuperando sucedió esta nueva tragedia. He querido retomar el tema, ya tan trillado y manoseado por los medios de comunicación, no para hablar de lo mismo una y otra vez, sino para recordar a los niños de Bosque Calderón con quienes tuve la fortuna de trabajar hace unos años.
Eran mis épocas universitarias cuando tuve la oportunidad de hacer un voluntariado en el hogar comunitario “Mi infancia feliz” en el Barrio Bosque Calderón, donde años después llegaría a vivir Yuliana. Diana era la mamá comunitaria que administraba el hogar y que con mucho esfuerzo le daba a los niños comida, compañía, enseñanzas, amor y mucho más.
Allí llegaban niños de estrato 1 y 2, pero entre algunos de ellos se notaban diferencias sencillas como el que tuviera más colores o el mejor morral para el colegio. Mi papel como voluntaria era ayudarlos a hacer las tareas y llevarles actividades didácticas para que salieran de la rutina programada y se divirtieran mientras aprendían algo nuevo.
Con ellos compartí más de un año. Hacíamos jornadas de reciclaje por el barrio —desde el que había una hermosa vista de esa Bogotá inclemente y llena de contrastes que tiempo después les llevaría una nueva tragedia— también elevábamos cometas en agosto y al finalizar cada jornada me llevaba todos los dibujos que mis pequeños artistas me regalaban. Eran niños maravillosos. La mayoría hijos de padres amorosos, que llegaban a recogerlos con entusiasmo.
Recuerdo que me partió el corazón el caso de un pequeño que cuidaban allí y que murió a los meses de desnutrición. Sin embargo, fue el único. La mayoría eran niños bien cuidados y felices. Recuerdo la sonrisa de cada uno de esos pequeños tan brillantes, juguetones, inteligentes y amorosos y cuando los recuerdo no puedo dejar de pensar en Yuliana, una pequeña igual de feliz a muchos de ellos. Deseo que en paz descanse, como las muchas otras niñas y niños víctimas de cualquier acto de abuso, tortura, abandono o maltrato en cualquier lugar del mundo.
Cada uno de esos pequeños alumbraba la vida de quienes trabajábamos con ellos y al irnos de Bosque Calderón nos quedaba la sensación de que eran aquellos niños quienes nos habían enseñado y entregado mucho más de lo que les habíamos dado. Al recordar sus sonrisas, ver la de mi hija y pensar en Yuliana no queda sino desear que haya una verdadera protección para nuestros niños, que sin duda alguna, son la cara más iluminada, especial e importante de cada sociedad.