Ha pasado casi tres meses desde la tragedia ocurrida en Mocoa. Todo ese tiempo cuesta digerir lo que pensé o sentí estando allí a los dos días de lo ocurrido. Fui a trabajar como periodista para un medio de comunicación nacional, pero es imposible, en un evento de tales dimensiones, desligarse de la parte humana.
Unos pensamientos para no olvidar a Mocoa y su gente:
- Los seres humanos son más fuertes de lo que yo pensaba. Ver a madres sacar fuerzas, de dónde no las tenían, para buscar a sus hijos desaparecidos. Verlas luchar contra ese olor en la atmósfera, ese dolor tan inmenso, esa angustia permanente. Verlas en pie de lucha. No tiene palabras. Guerreras incansables. En especial recuerdo a la mujer que dejó a su hijo con la abuela la noche de la avalancha: estaba buscando al niño por todos los albergues, su mamá había aparecido mal herida, pero estaba viva y ella no quería que se enterará que su hijo de ocho años estaba desaparecido.
- Grabar a personas «desconocidas» para siempre en tu memoria y tu corazón. Las personas que compartieron sus historias conmigo allí son inolvidables. A Angélica, quien buscaba a su hermana y sobrina de 5 años. Ella que sacaba fuerzas para buscar en dónde fuera y cómo fuera, incluso excavando por sí misma, con el resto de su familia. Me mostró que su hermana había hecho una extraña publicación en Facebook después de la avalancha. Aparecía en su muro la imagen de una mujer en el flotando en el agua. Eso hizo que guardáramos (porque uno comienza a hacer de sus búsquedas propias) la esperanza de encontrarla a ella y su hija con vida. Sin embargo, tiempo después me informó que no fue así. De ellas les quedaron las cartas que le escribía esta madre a su pequeña, diciéndole que la quería más que a nada en el mundo. Tampoco puedo olvidar a Edgar, un bogotano que vive en Mocoa y estaba tratando de terminar una aplicación para ayudar a reportar las personas que estaban desaparecidas con las que estaban en los hospitales. Tampoco al muchacho que llegó a preguntarnos si teníamos listas porque su mujer e hija de seis meses estaban desaparecidas. Ni a Doña Aurora, que venía del Ecuador a buscar a su hijo, nieta y nuera y felizmente se reencontró con ellos. Ni a un joven que lloraba desconsoladamente a la entrada del cementerio porque habían encontrado el cuerpo de su hermano menor. Tampoco a la niña que buscaba con su abuelo a su mamá, quien se encontraba en estado de embarazo. Nos fuimos juntos en la moto del abuelo y él le dijo: ‘no llores, pídele a Dios que tu mamá aparezca’. La niña se fue rezando todo el camino: ‘Diosito que aparezca mi mami’. Nos despedimos con un fuerte abrazo.
- Aguantar las lágrimas en cada entrevista.
- Asombrarte al ver que las personas se unían para limpiar las calles: cada día hacían un gran avance arreglando las calles por donde se pudo salvar algo, ver cómo el ser humano no se cansa de luchar en momentos así.
- Preocuparse al ver que muchas de las ayudas voluntarias se devolvían en los albergues, porque las entidades afirmaban no tener la suficiente capacidad para recibirlas. Yo misma llevé algunas ayudas a un albergue con varias mujeres lactantes y bebés y fui detenida por una funcionaria del ICBF, que me dijo que para entregarlas tenía que pedir permiso. Tuve que entregar los pañales, leche y pañitos húmedos ,que llevaba, casi a escondidas.
- Querer salir también uno a buscar a los desaparecidos. Sentir impotencia cuando un bombero te confiesa que es más difícil sobrevivir a una avalancha, que a un terremoto. En el primero es más fácil ahogarse, en el segundo tienes más posibilidades de respirar.
- Escuchar a tus compañeros decirte que al llegar de nuevo a sus casas se derrumbaron. Todos sentimos una semana de depresión intensa, de tristeza y lo más duro: saber que nuestro dolor no se compara ni al mínimo con el que los afectados por esta tragedia y que se quedaron.
- No querer irte. Sentir la misma impotencia. Un gran dolor en el corazón y un nudo en la garganta, que sientes jamás va a desaparecer.
- Tener a Mocoa en la mente, las oraciones y el corazón .
- Pedir por ellos, seguir en contacto con sus búsquedas, con sus caminos y con su manera de empezar. No olvidarlos, no dejar a Mocoa atrás, a ese bello Putumayo, lleno de gente linda, pujante, que ha vivido lo peor de la violencia, y ahora de la naturaleza, y que merece un mejor futuro.
Nota: mis opiniones son personales y no tienen que ver con el medio de comunicación para el que trabajé durante este evento.