Recuerdo perfectamente las elecciones presidenciales de mayo del 2010. Yo acababa de terminar la universidad y era una joven apasionada por la política, que creía en la posibilidad de un país nuevo. También tenía fe en que Antanas Mockus ganaría. Su derrota frente al candidato Juan Manuel Santos (el candidato de Álvaro Uribe) se sentía como una punzada en el corazón. No quise saber más de política. Dejé de pensar en todo lo que había estudiado sobre Álvaro Uribe, los múltiples casos a los que estaba asociado por violación a los derechos humanos (sobre todo, de los más vulnerables) y me aparté del tema político. Casi se sintió como una decepción amorosa, tanto que mis ganas de ser periodista especializada en política se esfumaron y me pase al tema cultural, de lo que hoy no me arrepiento.
Me callé por muchos años frente al tema por desilusión, por pereza, por no querer cazar más peleas. Sobre todo, por mi paz mental y porque sabía que muchas personas se hacen las de oídos sordos frente a caudillos como Uribe, con tal de proteger sus intereses personales. “Sí, señores uribistas ya sabemos que ahora pueden ir a sus fincas en sus camionetas”, tranquilos. Los miles de desplazados que dejó el gobierno de Uribe también pudieron moverse a sus anchas por el territorio nacional para dejar sus tierras, el fruto de trabajo de todas sus vidas, y vagar como almas en penas por nuestras urbes.
Según un informe de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, “Desplazamiento forzado 2014”, un resumen hasta ese año, entre 2002 y 2005, durante el primer mandato de Álvaro Uribe, 1.854.786 personas sufrieron desplazamiento forzado, una media de 463.697 ciudadanos por año.
Entre 2006 y 2009, período que se corresponde parcialmente con el segundo mandato de Uribe, 1.457.846 colombianos se vieron obligados a abandonar sus hogares, lo que supone 366.962 personas cada año.
Colombia es el segundo país del mundo, después de Siria, con más víctimas de este flagelo. Ojalá fuera un tema que no se entendiera solo como cifras aisladas.
Esta semana la llegada de Antanas Mockus al Senado – no oculto mi inmensa admiración por él- me llevó a publicar algunos post en mis redes sociales sobre él y también su pensamiento acerca de Uribe. Sí, se rompió el silencio, pero no por atacar a Uribe, sino por la emoción que me produjo volver a oír en todos lados algo de la sabiduría mockusiana. Quien si no un uribista comentaría mi post para desprestigiar a Mockus por atacar a Uribe. Un amigo que quiero mucho, triste que no me hablara hace años y solo lo hiciera para contradecir al que se atrevió a tocar a Uribe.
Luego, ese mismo día me llegaron otros mensajes de amigos uribistas. ¿Qué razones tienes para no querer a Uribe?, me dijo otro amigo. -Muchas, pero para pelear contigo ninguna-, le respondí.
Sin embargo, me puse a pensar en mi silencio frente a este tema. Seguía leyendo a uribistas y a sus detractores. Parece que uno ya no puede tener un pensamiento político sin que lo ataquen. El tratamiento del uribista frente a la oposición parece ser el de la intimidación. Pensé, ¿por qué debo seguir en silencio?, ¿no puedo expresar acaso mis posturas políticas?, ¿no es esta una democracia?, ¿no deberían quienes me rodean–sí, amigos y familiares- aceptarme con mis posturas políticas?
Sé por experiencia que la mejor manera de transformar el mundo no es en este terreno del quita y dame político, del opinadero. Ni mucho menos el de las redes sociales, el poder de transformar el mundo está en nuestras acciones diarias a nivel personal. El actúa local y piensa global. Mi paz mental en algún momento tuvo que ver con dejar de hablar de un personaje como Uribe, al que sus seguidores idolatran como si fuera una especie de maestro religioso.
Sin embargo, tampoco debo ocultar lo que pienso. Sí, no espero entrar en ese juego con ningún uribista, no me interesa, solo quiero dar mis razones para no confiar en un personaje como Álvaro Uribe Vélez. Querido señor o señora (señoritos y señoritas) uribistas, ustedes son libres de pensar y elegir al candidato que quieran, pero no ataquen al que piensa diferente. Lo mismo para el que le guste Petro, De La Calle, Fajardo, o el que usted prefiera.
“Guerrillera”, alguna vez me espetó uno de mis familiares, por dar mi opinión. Así de fuerte era la intimidación. Yo creía que no me afectaba, pero ahora sé que sí lo hizo. A pesar de eso, hoy prefiero arrepentirme de lo que hice y no de lo que no hice, quiero pensar en un país diferente, en un mundo distinto, volver a tener esperanza, aunque nunca haya un político perfecto, por lo menos uno que cambié la realidad de este país, la desigualdad y que exponga a la luz los intereses ocultos de las élites.
“Un expresidente más o menos decente se retiraría y dejaría que el país volviera al curso normal de una democracia. Un expresidente más o menos decente, después de haber abierto a hachazos la Constitución que él juró proteger, dejaría que el país que gobernó decidiera libremente la continuidad o el cambio a través de un voto libre. Pero Uribe no es un expresidente más o menos decente: nunca nos dejó ser libres”, leí hoy en el artículo de opinión ‘Colombia: la finca de Álvaro Uribe Vélez’ de la revista Vice. No puede ser más cierto.
¿Saben por qué Álvaro Uribe Vélez no se va del poder,? Porque no puede, tiene que tapar todas sus embarradas, y sabe que si se va le llega la justicia. «Ese señor está cansado», decía su “amigo” Juan G Villegas, involucrado con Uribe en el folio de falsos testigos investigado por la Corte Suprema de Justicia. Así se evidenció en el artículo que publicó la revista Semana con el contenido de los audios, de las llamadas entre Juan G Villegas y José Gómez G :
JGV: Que hubo Humberto, dónde anda hermano. No pues yo me quedé aquí en Medellín. Voy a estar haciendo unas vuelticas por aquí […] Por la noche me llamó ese hombrecito como a las 11 de la noche hombre, ese hp es incansable. ¿No lo ves cómo está de cansado ese hombre?
HGG: Ehhh ave maría.
JGV: Pobrecito se le ve el cansancio. Esta viejo hermano, hp, y se le ve el cansancio tan hp hermano.
Aquí muchos parecen tener amnesia. Se les olvida el proceso en contra del hermano de Uribe, Santiago Uribe Vélez, acusado de formar el grupo paramilitar Los 12 apóstoles; el escándalo de Agro Ingreso Seguro; las chuzadas y la condena a su exsecretario general Bernardo Moreno. Además, están las investigaciones en su contra: El Tribunal Superior de Medellín lo investiga por las masacres de La Granja y El Aro para saber si como exgobernador de Antioquia, conocía las dos masacres cometidas por grupos paramilitares.
En el artículo ‘Historia y testimonio de las masacres que salpican a Álvaro Uribe’ del portal Pacifista citan claramente ambos casos: «El excomandante paramilitar Salvatore Mancuso aseguró que un helicóptero de la Gobernación de Antioquia sobrevoló Ituango durante la masacre. Dijo, además, que el secretario de gobierno de Uribe, Pedro Juan Moreno, sabía de antemano que los paramilitares se iban a tomar El Aro. Este testimonio guarda semejanza con el del exjefe paramilitar Francisco Enrique Villalba, asesinado en 2009. Según él, el helicóptero sobrevoló la zona mientras eran asesinados 15 campesinos. Tanto Santiago (hermano del expresidente) y Álvaro Uribe Vélez –según esa versión, sabían de esta masacre– En julio de 2006, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó a la Nación por fracasar en la protección de los pobladores de El Aro”.
Hasta los más abnegados seguidores de Uribe saben que es un representante del todo se vale. Hoy nos enfrentamos otra vez a su mano oscura detrás de las elecciones. Con Uribe todo son secretos a voces. Hace un tiempo escuché que uno de sus familiares cercanos lo regañaba por andar agarrándose con el nuevo presidente colombiano, Juan Manuel Santos. Eso no se veía bien bajo ningún contexto. Creo que esa persona era la única que regañaba al susodicho y, dicho sea de paso, porque sí que era alguien intachable.
Así es con Uribe. Todo se le permite. Hace uno días publicaba en Instagram: “Quiero que sepan que con mis errores y defectos, yo quiero mucho la Patria y a mis compatriotas”. Es como el novio que es infiel o te pega y luego te pide que lo quieras a pesar de sus errores.
¿Tenemos en serio que perdonarle todo? Lo siguen queriendo aunque a algunos nos quemé el pellejo con la ley 100, el aumento de la edad de la pensión y el fin a las horas extras con la ley 789 de 2002.
Sí, es cierto, ahora muchos pueden ir en camioneta – o bueno, cualquier carro particular- a sus fincas, ¿de verdad eso lo que le queremos dejar a nuestros hijos? No un país equitativo, donde la mayoría se eduque (no, claro que no, seguimos queriendo tener mano de obra barata), donde la paz venga sustentada con bases sólidas de justicia y equidad social.
Ricardo Silva Romero expone perfectamente estos sentimientos en su libro ‘Historia oficial del amor’, que muestra como el amor por Colombia a veces es ingrato y poco correspondido: «Creo que en 38 años, como han visto con sus propias gafas mi fascinación por la trama pública, los miembros de mi familia me han estado animando a contar ficciones para que no cometa el error de dedicarme a la realidad. Para qué. Si está claro que les costó la paz y la vida a los Romero. Y en un país en suspenso, y en guerra, es más que suficiente escribir lo que se piensa. Sin embargo, en ese momento, mientras esperábamos que un tercer boletín nos rescatara del horror, todos propusieron sus recuerdos para engordar mi breve antología: «la triste campaña en la que Mockus pudo ser el presidente»….»Prefiero a Santos aunque desconfié de él, como prefiero otra democracia de segunda a una de esas dictaduras de primera que de tanto en tanto se toman estos países: «creo que vamos a perder», «creo que vamos a quedar en manos de hampones», dijo. Qué miedo. Qué extraño que a la mayoría le de igual lo que nos pase».
Hace poco en el aeropuerto de Medellín un señor muy amable me dejó sentar en su mesa a tomarme una aromática, puesto que no había ningún lugar libre. Era un empresario y al momento llegó otro amigo suyo, también dedicado a la actividad empresarial. Estaban preocupadísimos por el país y porque se convirtiera en otra Venezuela. Dijeron que nunca lo hacían, pero en vista de la situación, tendrían una charla con su empleados. Me preguntaron por quién votaría y les dije que aún no sabía. “No me gusta Petro, ni Duque”, afirmé. Ellos votarían por Duque. Me dijeron que seguro me iba por Fajardo, “el culebrero play”, así lo llamaron. Me reí.
“No lo sé”, dije. Aún hoy no lo sé, pero seguro no quiero a Duque (avatar de Uribe), ni a Petro, dos caras de la misma moneda.
Señores uribistas, algunos de ustedes generan miedo, lo tengo que admitir. No debería ser así, sé que no todos son iguales, pero esa política de atacar al que piensa diferente marca a muchos de los seguidores del señor Uribe Vélez. Intimidación. Ustedes pueden opinar libremente, otros también podemos. Dejemos que otros hablen, sin la política del terror o la exclusión. Ojalá llegue el día en el que me pueda sentar con un seguidor de Uribe que le haya quitado la aureola.