La última novela de la escritora Pilar Quintana nos adentra en la selva del Pacífico colombiano de una manera cotidiana, brutal y tan real que hace que este corto libro, de 106 páginas, se pueda leer de un tirón. ‘La perra’, sin ir más lejos, es una representación de la dureza de la vida. De esa ‘perra’ vida que a veces nos arrastra como una ola potente contra la corriente.
‘La perra’, según contaba su autora, fue escrito mientras Quintana amamantaba a su primer hijo y es sorprendente la manera cómo fluye el relato con la excusa de una perrita, sí de cuatro patas, y su dueña Damaris, quienes nos llevan por los remotos terrenos del muy desconocido, para algunos (me incluyo), Pacífico colombiano. La narración nos envuelve rápidamente en torno a temas como la muerte, la maternidad, la cotidianidad, la costumbre en el amor, la pobreza y la solidaridad. Todos son temas que en esta novela se conjugan y demuestran que un gran libro puede nacer de un tema tan sencillo y espontáneo como la adopción de un animal.
Esta novela, ganadora del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, nos permite ponernos en los zapatos de Damaris, de la perra, y de su esposo Rogelio, allí en ese medio hostil, selvático, hermoso y, en ocasiones, profundamente aterrador. La autora logra hacernos sentir compasión por Damaris y por la perra, al mismo tiempo que nos pone en la encrucijada de tomar una decisión de vida o muerte.
No hay más qué decir sobre ‘La perra’; solo que ha sido una de las mejores novelas que me he leído en los últimos años y que se sintió tan ligera y natural como sus personajes e historia.
Aquí un fragmento para que se animen a leerlo:
“Con todas las partes de la cortina, la espalda doliéndole, sus manos torpes de hombre restregando sin pausa, pensado que no le pagaban por ese trabajo y que era verdad que le había tenido envidia a Nicolasito, pero no por las botas pantaneras ni las cosas bonitas que tenía, las camisetas nuevas, los juguetes que le traía el Niño Dios, las cortinas y el tendido de El libro de la selva, sino porque él vivía con sus papás” Página 99.