La historia de Reina, al principio oscura y dolorosa tras la condena a muerte de su hermano Carlito, recuerda aquellos secretos familiares que como en espiral regresan y maldicen a quienes se quedan. Sin embargo, tras suicidios, infanticidios y maltrato llega una calma inesperada. Eso sentí al leer esta novela de Patricia Engel, ganadora del Dayton Literaty Peace Prize en 2017. Este es un libro que nos lleva por la oscuridad más terrible en los humanos: el encierro, el homicidio, el dolor, las incertidumbres y la muerte para luego transportarnos a un mundo totalmente diferente e inesperado que se alumbra con la magia de la vida.
Las venas del océano cuesta en un comienzo porque nos enfrenta con aquellos temas que nos duelen profundamente y a los que constantemente les huimos. Luego, sin embargo; nos muestra que hay una chispa de esperanza en medio de todo. Engel nos ha despojado de toda certeza y nos vacía por completo para luego llenarnos poco a poco y con una naturalidad inmensa, incluso, de colores. Para narrar toda esta trama usa al mar como símbolo. Un mar donde ocurre lo peor: niños que son lanzados a este; familias perseguidas por la locura; mares que separan. Sin embargo, el mar también se vuelve el territorio de la redención con la aparición de Nesto, el hombre que a pesar de llevar otros grandes dolores a cuestas —como la separación de sus hijos que se quedan en Cuba— le enseña a Reina a amar el mar de otra manera, de agradecer a sus dioses Orishas e incluso de entender la peor de las oscuridades.
Nesto y Reina, con todo el peso de su pasado, se dejan flotar libres en lo más profundo del océano. Llevan ofrendas a sus dioses y se dejan acariciar por la idea redentora de salvar a un delfín del cautiverio. Es como si al escapar de sus distintas cárceles (ella de la cárcel de su hermano donde de alguna manera también se encerró muchos años y él de su isla, Cuba) los ayudara a encontrar en aquellos Cayos de la Florida la redención en un atardecer, en la brisa, en cada pequeña cosa, que nos muestra que el amor puede llegar de una manera tan sutil como la mañana o la noche.
Un fragmento para que se antojen de esta maravillosa novela:
“Siento el agua del Atlántico en mis tobillos, la arena suave acunando mis pies, abrazando mis piernas y mi torso mientras el agua nos atrae. Me apoyo en los brazos de Nesto y él me sumerge bajo la marea siete veces, le susurra un orikí a Yemayá, protectora de la maternidad, le pide sus bendiciones. Luego nadamos juntos, mientras el fondo del mar se desprende hacia abajo. Toda la vida me he preguntado si soy la verdadera abikú, como se predijo y según me marcó mi padre con el corte en mi oreja: indigna e inhóspita para la vida. Me lo pregunté justamente ayer, antes de saber que dentro de mí he estado llevando un ser oculto, algo que no sabía que podía desear tanto. Ha sido este estado mágico temporal, este truco biológico, lo que, como sospechaba, probablemente hizo que aquel delfín salvaje me mirara en señal de reconocimiento y me siguiera fuera de su corral hacia el mar abierto. Yo pensaba que esa noche había ocurrido algo especial en mí, aunque aún no sabía de qué se trataba…Desde la primera vez que me llevó al azul profundo —cuando le mostré los caballitos de mar en el agua, que normalmente son criaturas solitarias y verlas cortejarse es extremadamente raro—, supo que estaríamos mucho tiempo juntos». Página 424
Nesto es el personaje que nos embruja con sus mágicas palabras sobre la vida y nos lleva a sentirnos tan cerca de la naturaleza y sus señales que nos quedamos sin palabras, conscientes de que existe otro mundo que no vemos, pero que sí sentimos.