Un pequeño cuento de Navidad… ¿Cuántos personajes así no habremos conocido?
Se llamaba Hugo, como pudo tener cualquier otro nombre, toda su vida había sido infeliz, y lo sabía. Es más se vanagloriaba de ello. Le importaba un comino, una reverenda mierda, dicho en sus propias palabras. La infelicidad lo blindaba. Le permitía ser inescrupuloso y altanero. Abogado litigante. Maestro de las artimañas y las astucias. Veía en la gente un lucro y lo sabía aprovechar. Su vida, infelizmente perfecta, no le permitía viajes ni pasatiempos, y de alguna manera lo disfrutaba. Le gustaba cortarse las uñas frente al televisor, rascarse la panza, hacer crucigramas aburridos y sacarse los mocos despacio, despacito. Ser totalmente despreciable, pensándolo bien, tal vez era su modo de entretención favorito. Se podría decir que nadie había sido tan inmensamente infeliz y tan “dichoso» de ello. Un día, sin embargo, ya viejo, llegó la tan esperada muerte y le propuso un último intento para ser feliz.
-Tienes esta última oportunidad.
-Mi solemne señora muerte, pensé que usted sería más sabía. Le presento una palabra, la resiliencia, esa capacidad humana de sobreponerse al dolor, pues yo hace mucho la puse al límite y le digo: decido ser resiliente para hoy, y toda la eternidad, en mi infelicidad. Asunto zanjado.