Del Valle y Cauca, de colegios públicos y privados, y de estratos de 1 a 4. Solamente tres prestarán el servicio militar y uno hará carrera. Rica diversidad de pensamientos y percepciones.
Gina Betancourt, de la redacción de Color de Colombia
El editor en Bogotá me dijo: «No queremos oír nada en particular, queremos saber lo que ellos piensan»*. Así, espero que esta pequeña muestra se parezca a lo que piensan decenas de miles de adolescentes negros sobre el servicio y la carrera militar.
Son 13 estudiantes hombres, de edades entre 14 y 18 años, de dos municipios y una gran ciudad, de estratos 1 a 4, todos urbanos.
La escogencia de los colegios se hizo buscando públicos y privados, de clases media y popular, en Cali, Jamundí (Valle) y Puerto Tejada (Cauca). Se valoró el posicionamiento académico de la institución en la zona.
Dentro de los colegios, se entrevistó a estudiantes de grados décimo y once, de buen rendimiento académico, con desempeño en labores extra disciplinarias como el deporte, baile o cursos de diferentes áreas.
Los entrevistados quieren incorporarse de manera visible en la sociedad y ser profesionales.
La mayoría no tiene la idea de formar parte de las Fuerzas Militares, un espacio donde -a su juicio- ganan disciplina pero retrasan el desarrollo profesional y económico.
Dos estudiantes de la institución pública Técnico Industrial Pedro Antonio Molina, en el barrio San Luis de Cali, de estrato dos, califican la prestación del servicio militar como una caja sin oportunidades.
«Si no tengo una carrera militar me ponen de carnada y no quiero ir a que me maten por allá», declara Sergio Andrés Fory, estudiante de grado once.
Sergio es hijo de motorista y sus sueños giran alrededor del fútbol; se especializa en mecánica industrial y cursará una carrera profesional.
No contempla la idea de entregarle un año de servicio al Ejército colombiano, una organización donde no dan oportunidades de desarrollo al soldado, dice.
No obstante las aptitudes físicas y mentales de muchos estudiantes para el servicio de las armas, no están interesados en la prestación del servicio militar como una alternativa voluntaria.
El caso de Steven Ramos es especial. De 16 años y grado once, sin desearlo prestará servicio militar para seguir con la tradición familiar heredada de su abuelo. Dice reconocer el riesgo y desvalorización de las labores del soldado.
Piensa que prestar un año de servicio en las armas de la patria es encerrarse en una caja sin oportunidades de crecer en la organización.
Cuestiona: «Uno presta servicio y lo ponen en un puente. ¿Para qué?, para hacer nada. Eso es esclavizante. Además, son muchos los que ingresan y pocos los que suben. Prefiero estudiar algo donde sí me valoren».
Brian Alexander Colorado, de 16 años y próximo bachiller del Colegio Técnico María Elvinia -institución privada de estrato tres en Cali-, cree en la existencia de prejuicios raciales en la sociedad actual, manifestados en instituciones como las Fuerzas Armadas.
«Escuché el tema del racismo y la desigualdad en el Ejército por amigos que prestaron servicio militar; sobre todo el apelativo que dan compañeros y superiores: ¡este negro!».
Brian agrega que «discriminación hay en todas partes, por eso no es raro que en los altos rangos se vean pocas personas de color».
Estudiará ingeniería ambiental, pero antes prestará el servicio militar. Se considera un joven valiente y disciplinado, admirador de las armas y la defensa personal. Quiere ser soldado por un año, mas no entregarle su vida al Ejército.
«Mi padre y abuelo prestaron servicio militar, y piensan que es perder el tiempo y atrasarme en mis estudios. Ellos prefieren que salga del colegio y haga mi carrera profesional».
Su compañero Cristian Espinosa, de 16 años, hijo de padres separados, tiene una ideología similar por referencia de su progenitor, quien le dice constantemente que «ingresar al Ejército es perder tiempo para estudiar, trabajar y ser un exitoso ingeniero de sistemas».
A su vez, Marlon Orobio, de 14 años, en décimo grado en la misma institución, no prestará servicio militar.
Vive en el barrio La Rivera de Cali, es jugador de béisbol de alto rendimiento en la Liga Vallecaucana y cuenta con el apoyo de sus padres para prolongar la carrera deportiva.
Marlon se considera un joven tranquilo y pacifista. Si bien estar en la mira de las grandes ligas de béisbol es uno de los motivos para no formar parte del Ejército, reconoce que no cuenta con las aptitudes necesarias:
«No me gusta el tema militar, soy nervioso, le temo a las armas, a la muerte, a la violencia, prefiero el deporte en paz».
A diferencia de Marlon David Bran, un portejadeño de 16 años, futuro bachiller de la Institución Educativa Sagrado Corazón, estrato uno y dos, que integrará la Escuela Militar en Bogotá.
Con una serie de cualidades, destrezas, pasión y herencia militar, Marlon considera que la discriminación racial en pleno siglo XXI es un tema irracional.
Argumenta que «en esta carrera no influye el color. Hay personas que hacen curso de oficiales y no se esmeran por subir. He conocido gente negra que ha llegado lejos, como mi tío que es sargento primero. Si Dios quiere, mi entrega me permitirá llegar lejos».
Y aunque integrar las Fuerzas Militares lo apasiona, Marlon incluye dentro de sus mayores retos adaptarse a la ausencia de su madre y abuela, porque como hijo único su temor es dejarlas solas.
César Augusto Sierra comparte el argumento de su compañero. Desea ser empresario, y admite que escalar en una organización militar implica esfuerzo y todos están en igualdad de condiciones para hacerlo.
«Antes una persona de color no subía de rango, sólo podía ser soldado. Ahora hay igualdad para todas las razas, el que tenga capacidades puede ser oficial, pero debe esforzarse».
Jhoan David Carvajal González tiene como última opción la prestación del servicio militar. Su futuro lo proyecta como ingeniero químico y el único motivo por el que este portejadeño de 16 años realizaría una carrera militar es para tener beneficios de pensión y vivienda.
Santiago Palacios, futuro graduando del Gimnasio Moderno del Valle – institución privada de Jamundí, de estratos tres y cuatro-, a sus quince años no se visualiza como soldado en el Ejército Nacional.
En aras de un mejor futuro y oportunidades estudiará gastronomía internacional.
De la misma institución, Carlos Andrés Rentería y Carlos Arce, estudiantes de décimo grado, evalúan la prestación del servicio militar como una buena experiencia para abrir la visión sobre los problemas sociales y adquirir mayores responsabilidades, pero temen estar encerrados y brindarle servicio a la patria interrumpiendo sus sueños.
«A mí me gustaría estudiar o ser futbolista, y no quiero alejarme de mi familia. Mi primo está en el Ejército y dice que el trato no es agradable. No hay buena relación entre los directivos y los que prestan servicio», afirma Carlos Andrés Rentería, de 14 años.
Por su parte, Carlos Arce hace de la arquitectura un deseo profesional. Y al igual que su compañero, las anécdotas familiares le generan recelo del Ejército.
«Mi primo estuvo allá; dice que es muy duro y aún existe la discriminación. Nunca falta el racista que lo trata mal, sobre todo los carabineros».
En la Institución pública Educativa Central de Bachillerato Integrado de Jamundí, de estratos uno y dos, Fabián Domínguez, a sus 18 años y a esperas de graduarse, no contempla la idea de pertenecer al Ejército de Colombia por temores y proyectos profesionales:
«Mamá quiere que preste servicio, así no mantengo en la calle. Pero sé que allá me darán mal trato, habrá mucha disciplina y yo prefiero jugar fútbol, o hacer la carrera en la Policía. Así no me alejo de mi familia; apoyo y defiendo a la comunidad; y tengo más oportunidades».
A juicio de César Martínez, de 18 años, estudiante de la misma institución, los temas de discriminación racial no proliferan en la organización, a diferencia de las desigualdades económicas o influencias, dos motivos por los que personas afros de sectores populares no alcanzan altos rangos en el Ejército Nacional.
Y afirma: «un bachiller y un soldado no ganan nada, arriesgan su vida ¿para qué?. Esa es la desigualdad, no por raza sino por rosca, siempre benefician al rico».
* La Fundación Color de Colombia impulsa la «Iniciativa de Participación e Igualdad de la Población Afrocolombiana en las Fuerzas Armadas», que está en estudio en las distintas Fuerzas por instrucciones del Ministerio de Defensa.