Ana Góngora, enfermera jefe, relata cómo la Policía golpeó y humilló a su mamá, a un hermano enfermo y a ella misma. A nadie debería pasarle una experiencia como esta. Espere tercera entrega sobre aspectos disciplinarios, penales y administrativos de este caso.
«El pasado domingo 21 de octubre, alrededor de la 1:30 pm, fuimos víctimas de una agresión por agentes de Policía de la Estación de El Vallado de la ciudad de Cali.
Los hechos ocurrieron en la carrera 41E número 55B del barrio Ciudad Córdoba, cuarta etapa, en la esquina de nuestra casa.
El joven Andrés Felipe Góngora, mi hermano, se disponía a comprar una tableta de acetaminofén en la tienda de la esquina, ya que tenía dolor de cabeza y debido a su insuficiencia renal crónica no puede tomar ningún otro medicamento.
Mi madre, Yenny Estupiñán, se quedó en la puerta de la casa conversando con una vecina, cuando apareció una patrulla de la policía, # 12354, con 2 agentes que de forma brutal tiraron a mi hermano contra la reja de una casa a pocos metros de la tienda a donde este pensaba ir.
Al ver este trato brusco y sin razón, mi madre corre hacia los policías y les pide que no lo lastimen, recalcándoles que Andrés Felipe está enfermo y no es necesario tratarlo mal «en caso de que la intención sea una requisa».
Los policías respondieron que «dejara de ser metida, que eso no era con ella». Mi mama les dijo que «sí era con ella porque es su hijo y lo estaban maltratando, además, él no les estaba haciendo nada».
Mi mama coge de la mano a mi hermano. Uno de los policías (el alto) de inmediato la tira bruscamente contra la reja y le da un puño en el rostro (sobre la boca y labios), dejándola aturdida y provocando de inmediato sangrado.
Sin saber nada de eso yo, Ana Liliana Góngora, al ver la puerta de la casa abierta de par en par y sin ningún miembro de la familia cerca de la puerta, me disponía a cerrarla, cuando la vecina con la que conversaba mi mama me dice «vea, están pegándole a su mama».
Salí de inmediato y llegué a la esquina donde ocurrían los hechos. Les pedí que no le hicieran daño a mi mama y sujeté a Andrés Felipe por el pantalón, cuando el agente de policía #12354 (de baja estatura y cicatriz cerca del ojo izquierdo) me tira contra el suelo.
Al reincorporarme, este me arremete con un puño en la cara, del lado izquierdo de la mandíbula, mientras los vecinos se alarmaban, gritaban y pedían parar el abuso.
Después de esto, los policías llamaron refuerzos por radio en repetidas ocasiones. Mi mama y yo, preocupadas y tratando de evitar maltrato contra mi hermano, lo seguíamos sujetando por el pantalón.
Los agentes, enojados sin motivos claros, le rompieron la camisa y le tiraron golpes de distintas formas; algunos logran acertarlos sobre sus brazos y torso.
Llegaron refuerzos de la policía, tal vez más de 20, haciendo tiros y tirando golpes con macanas, sin soltar a Andrés Felipe.
Los tres (madre e hijos) somos sorprendidos al ser golpeados con macanas por los agentes que llegaron y los tres fuimos ahorcados simultáneamente por policías hombres y de gran estatura.
En reacción inmediata a esto, ambas soltamos a Andrés Felipe y los policías nos separan a los tres. Mi mama, al ser ahorcada, en reacción de supervivencia muerde en el brazo al agente que la ahorcaba y es soltada.
En seguida, el policía numero 12354 (el alto) aprieta sus muñecas torturándola y generándole gran dolor, mientras el agente se reía en señal de burla y desprecio, sin importar que esta pedía ayuda y gritaba de dolor.
Mientras yo quedé indefensa, el policía que me ahorcaba no me soltaba el cuello, mientras el agente de policía #12354 (de baja estatura y cicatriz cerca al ojo izquierdo) me toma ambas muñecas y al igual que a mi mama, me las dobla y aprieta hacia la parte interna, mientras el otro policía continuó sofocándome con su brazo sobre mi cuello.
Mientras me apretaba las manos me gritaba «¿te duele negra hijueputa, te duele?». Yo no podía gritar debido al ahorcamiento continuo.
Andrés Felipe, siendo ahorcado y debido a su problema de salud, se desmayó en el acto y los policías continuaban golpeándolo; posteriormente lo esposaron y lo arrastraron, generando así heridas en la espalda y área sacra (parte baja de espalda).
La comunidad, al ver todo este atropello sale en defensa nuestra y son atacados por los policías con puños y golpes de macana. Incluso mi hermano menor de edad, Jhon Hernando, es atacado dentro de la casa de mi tío, que vive cerca al sitio del incidente (con golpes con macana en mano y espalda).
Mi mama fue esposada mientras decían «los vamos a judicializar, los vamos a meter a todos presos».
Yo fui tirada al piso bruscamente; entre 4 policías intentaron esposarme con sus pies sobre mi espalda, mientras vecinos se me arrimaban, las mujeres llorando y preguntándoles a los policías, ¿por qué?, ¿qué hicieron ellos?
Los policías gritaban que no le debían explicaciones a nadie.
Los tres fuimos llevados recorriendo los callejones del barrio Ciudad Córdoba. Mi mamá perdió dinero de sus bolsillos; los tres perdimos el calzado en el incidente; nuestras ropas y extremidades quedaron sucias, rotas;
Caminábamos descalzos en pleno sol, incluso sobre vidrios y basura de la calle, fuimos llevados hasta la calle más ancha del barrio cercana al parque, lucidos como delincuentes al escarnio público sin razón.
Nos suben a una buseta furgón donde trasladan a los retenidos; somos tirados como animales y mi mama fue pateada por el policía número 12354 (el alto).
Al llegar a la Estación de Policía los agentes sonreían en señal de triunfo; algunos enojados amagaban con intentar golpearnos nuevamente.
Que nos metiéramos a los calabozos, nos gritan «vayan allá, perras, que no están en su casa, negros hijueputas».
Los tres explicábamos que somos personas de bien, que jamás nos hemos metido con nadie.
Les dijimos que mi mama (Yenny Estupiñán) es Regente de Farmacia y Coordinadora del Servicio Farmacéutico de la Red de Salud de Oriente y yo (Ana Liliana Góngora), soy Enfermera Jefe del Servicio de Salud Sexual y Reproductiva del Centro de Salud El Vallado.
La respuesta de los policías que iniciaron el incidente fue: «nada, negras hijuetupas, ustedes ni siquiera habrán terminado la primaria y los vamos a meter presos por el mordisco de nuestro compañero».
Nos leyeron nuestros derechos, o más bien nos los gritaron en el rostro («tienen derecho a un abogado, si no tiene, el Estado les dará uno de oficio; todo lo que diga puede y será usado en su contra; tiene derecho a una llamada).
Dijeron «ya pueden entender sus derechos, ahora para el calabozo», mientras continuaban, unos riéndose, otros mirándonos con cara de odio, otros levantando los puños en señal de intentar golpearnos (amagar).
A mi mamá y a mí nos tiraron al calabozo; a mi hermano lo dejaron fuera de este. Andrés Felipe se quedó en la reja frente a nosotras. Mi madre lo abrazaba a través de los barrotes, ambos de pie, ambos lloraban.
Mi hermano pedía que lo dejaran a él allá y que nos soltaran a nosotras. Los policías no respondieron, se sonrieron y después de un rato gritaron «las vamos a judicializar».
Mi hermano continuaba llorando y se sostenía con fuerza de los barrotes, mientras mi mamá lo abrazaba y consolaba; yo le decía que estuviera tranquilo, y luego él repetía, «les pegaron a ustedes, por qué a ustedes, mamá, hermanita, nunca les debieron pegar a ustedes», mientras sus lágrimas caían en mi madre, que lo abrazaba a través de los barrotes.
Los agentes de la patrulla número 12453 nos dijeron «aquí van a dormir». Preguntamos el por qué y dijeron «ustedes están capturados». Preguntamos los cargos y dijeron «a ustedes no les debemos ninguna explicación, lo único que deben saber es que cómo sea ustedes se van presos los tres».
Sin importar el llanto, los golpes y la sangre de nuestras ropas, no nos permitieron lavarnos y tampoco dejaron que nuestros familiares nos entregaran calzado.
Esa celda se encontraba llena de polvo, con olor a orina y excremento, había papel quemado; cansada, me senté sobre el suelo, tomé ceniza del papel quemado, unté mi dedo índice y comencé a escribir en parte del suelo el número de la patrulla 12354, ya que temía olvidarlo con la impresión y el miedo que sentíamos.
Después de una hora en la Estación, el policía número 12453 (el alto), se acercó y nos dijo «ustedes son es expendedores de droga».
Los tres nos alarmamos. En unísono dijimos «NO, nosotros no somos eso», y se alejó. Después de un rato regresó y nos dijo «dígannos sus nombres con número de cédula».
Tras la acusación tuvimos 100% de desconfianza y no les volvimos a repetir nuestros nombres. El policía dijo que «no importaba y comenzó a anotar nuestra descripción física».
Le pedimos hacer una llamada y nos chantajeó. Si me dan sus números de cédula y de nuevo sus nombres yo los dejo llamar». Reclamamos diciéndole que estaba entre los derechos que nos habían leído y sencillamente dijo «si quieren así».
Se retiró de los barrotes del calabozo a una oficina donde aparentemente estaba su compañero (el policía de baja estatura y con cicatriz cerca al ojo izquierdo) haciendo «el informe»
Cada instante en mi mente pensaba: «estamos encerrados, como ratas sin motivo, con solo el desayuno en el estómago, con el dolor en el cuerpo y decepción del mundo, recordando las palabras y el maltrato que más recibimos de parte de ellos: «estos negros hijueputas tienen lo que se merecen».
Me preguntaba acaso el hecho de estar aquí es por ser negra. Mi mente seguía divagando y volví a preguntarme, ¿todo esto es por racismo?, o acaso en otra vida fui un dictador y por eso ahora estoy pagando?
Desde pasada la 1:30 pm hasta las 5:00 pm fuimos retenidos en los calabozos de la Estación de Policía de El Vallado.
Luego nos trasladaron descalzos, sucios y golpeados a la Fiscalía de Los Mangos, donde nos entrevistó un defensor del pueblo.
Posteriormente, la fiscal de turno, quien se conduele de nosotros y del caso, les argumenta a los policías que no hay motivos, ni cargos ni nada para este caso.
Solicita nuestros documentos de identidad y de trabajadores como funcionarias públicas. Nos pidió que no les firmáramos ningún tipo de documento a los agentes de policía del caso (pareja # 12354).
Nos contó que en el informe que ellos le llevaron, decía que nosotros teníamos posesión de cinco cigarrillos de marihuana y que nuestra casa era un expendio de droga y que de ahí nos habían capturado.
Mi mamá llorando se arrodilló aún con sus rodillas peladas y le juró que jamás en la vida hemos hecho una cosa de esas.
La señora fiscal revisó las manos de mi hermano buscando señas de fumar o consumir algo y no le encontró nada. En voz baja nos dijo «tranquilos, ustedes se van ahora para su casa».
Los policías del caso se acercaron y dijeron «señora fiscal, como sabemos que usted ya se va, nosotros nos llevamos a los ‘capturados’ a la Estación de Policía de El vallado y mañana los llevamos a Medicina Legal»
Ella de inmediato les responde: «ellos no van a dormir allá, ellos hoy duermen en su casa». Los policías preguntan que cómo así y ella les explica que cada uno iba a su EPS por urgencias y mañana por su cuenta van a Medicina Legal.
Nos llevaron al segundo piso de la Fiscalía de Los Mangos. A mi mamá y a mí nos quitaron las esposas; a mi hermano se las dejaron puestas, a pesar de que este no estaba ejerciendo ninguna resistencia o violencia alguna.
Nos dejaron en el pasillo cerca a una oficina. Por el cansancio y los golpes nos tiramos los tres en el piso, mientras los policías no solo nos vigilaban sino que nos miraban mal, con odio y desprecio.
Les preguntábamos el por qué de todo esto (lo legal) y por qué la golpiza, sobre todo siendo mujeres y nuestro hermano tan flaco y enfermo.
Mi mamá les preguntó si ellos no eran hijos de madre, si no tenían hijos y que se pusieran en el lugar de nosotros. Ambos se rieron. El policía alto contestó: «mi mama sí es una dama y muy educada, no como ustedes».
El policía de baja estatura con cicatriz cerca al ojo izquierdo comenzó a burlarse y a decir: «yo soy satánico, a mi me protege el diablo». Este abría su ojos, que de por si son saltones, con gran enojo, luego se reía, continuaba diciendo lo mismo varias veces.
Mientras esperábamos todo el proceso y como es normal mi mamá y yo tuvimos ganas de ir al baño. Ambos policías nos dijeron que no había baños. Preguntamos entonces cómo hacíamos para ir al baño a orinar, ya que estábamos a reventar.
Solo subieron los hombros y dijeron «esperen, es que no pueden aguantar». Mi mamá dijo, es que ya llevamos más de cinco horas esperando y si les pido el favor de un baño para nosotros, es porque de verdad lo necesitamos, si no, no lo pediríamos.
No nos respondieron nada más… Esperamos un rato y vimos pasar a alguien que trabajaba allí y nos dijo sí, claro que sí, entren al baño.
Al pararnos, frente a la oficina, lugar donde estaban parados los policías, nos dimos cuenta que el baño se podía ver desde esa posición, por lo cual es claro que les daba gusto saber que necesitábamos un baño y no les dio la gana de dejarnos entrar a este.
La fiscal subió y continuó hablando con nosotros en privado y dijo que no les creyó el informe de la policía como «portadores de 5 cachos de marihuana y expendedores de droga», además que no había pruebas.
Solicitó que fuéramos atendidos por médicos y que luego acudiéramos Medicina Legal, con el compromiso de llevarle copia de la historia clínica de las lesiones de cada uno, fuimos liberados alrededor de la 7:30 de la noche.
Al salir, libres, nuestros familiares estaban esperándonos. Yo sentí como si acabara de nacer, porque la verdad imaginé que pasaría la noche y luego estaría presa.
Todos teníamos lágrimas de alivio, pero recordábamos cada instante, cada golpe y cada palabra.
Mis tías nos revisaban el cuerpo y decían «estos desgraciados tan abusivos, no cogen a los malos, pero a ustedes los quieren moler a palos y además ponerlos presos, jamás nadie les ha pegado y esposado, para que sin ningún motivo les hagan ahora a ustedes eso».
Una de ellas gritó muy fuerte «la esclavitud se acabó hace mucho». Luego mis tías y familiares se fueron a casa; a nosotros apenas nos esperaba el ir al médico.
Los tres nos fuimos, siguiendo luego una ruta por los servicios de urgencia de cada uno de nosotros. Iniciando por Andrés Felipe en Urgencias del Hospital Carlos Holmes Trujillo, posteriormente con Yenny Estupiñán en Saludcoop y terminando luego conmigo en Comfenalco.
Todo esto duró hasta las 3 de la madrugada del día 22 de octubre de 2012… y a las 7:30 de la mañana acudimos a Medicina Legal, donde nos dieron incapacidades médicas de la siguiente manera:
Yenny Estupiñán, 18 días por golpes contusiones y probable perdida del diente # 43 (canino).
Ana Liliana Góngora, 6 días, y Andrés Felipe Góngora, 8 días, por golpes contusiones, raspaduras y demás.
Se buscó al Mayor de la Policía encargado de la Estación de Policía de los Mangos y El Vallado los días 22 y 23 mayo 2012 sin ninguna respuesta.
Hasta la fecha no hay explicación del caso, el por qué del maltrato físico, psicológico, la calumnia por cargos de expendedores de droga y por sobre todo el odio a nosotros… ¿será por nuestro color de piel?
Yenny Estupiñán, mi madre, opina:
¿Por qué nos tiene que suceder esto a nosotros? Hasta ahora nadie nos dice nada. Nos golpearon, maltrataron, humillaron y minimizaron como personas; no hemos recibido ninguna citación o notificación.
Me encontré con los dos policías de la patrulla 12354 cerca a mi casa. Mirándolos a los ojos les dije que «por su culpa tengo un dolor constante, el diente aún flojo y es una tortura comer». No me dijeron absolutamente nada, solo siguieron su camino.
El 27-10-12 me encontré con otro policía (un sargento) de la Estación de El Vallado en mi sitio de trabajo. Había llegado acompañando a un herido; de inmediato me dijo en voz fuerte «ahhh… aquí está la grosera que había agredido a uno de mis hombres, lo mordiste».
Yo le respondí que él no estaba ahí cuando se inició el incidente. Además, yo lo mordí porque me estaba ahorcando, o es que acaso alguien vive sin respirar, y le dije que el policía 12354 (el alto) me había dado un puño en el rostro mientras hablaba, sin hacerle yo nada y ahora tengo mi diente casi perdido y no puedo comer.
Lo que me respondió fue «usted se lastimó fue con el mordisco». ¿Acaso usted estuvo ahí cuando inició todo para saberlo? Antes de afirmar debe preguntármelo a mí y a los testigos. No debe meter las manos por esos agentes maltratadores, golpeadores de mujeres.
Le pedí que hiciera el favor y en mi sitio de trabajo no quisiera causarme problemas y que yo ya no estaba presa y maltratada en su estación de policía.
Recordé también que este fue uno de los policías que también nos decía «negros hijueputas» cada vez que pasaba cerca a la celda. Yo me pregunto «¿esa sería la frase del día en la estación?»
Nada más queda por decir que «Entre cielo y tierra no hay nada oculto» y Dios nos hará justicia.
Como madre yo daría la vida por mis hijos. Me duele el maltrato que recibí, pero me duele aún más que ellos hayan pasado lo mismo. ¿En qué sociedad vivimos hoy si no podemos confiar en los que deben protegernos?»