Defínase bacán como un hombre atractivo, simpático, embaucador, zalamero y que casi siempre anda pelado.
Por Tibisay Estupiñán Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. Especial para Color de Colombia
¿Quién no ha conocido a un bacán? Defínase bacán como un hombre atractivo, simpático, embaucador, zalamero y que casi siempre anda pelado.
Pero el problema no es conocerlo: el problema es enamorarse de un bacán. La mujer que se enamora de un bacán puede darse por desahuciada, sufre una especie de castración químico-mental que le impide ver con claridad que ahí (dentro del tipo) no hay nada para ella.
No es que esta mujer sea tonta, falta de afecto o necesite una figura paterna, como algunos suelen decir. Es que es sencillamente inevitable enamorarse de un bacán, porque esta especie de hombre domina a cabalidad el fino arte de la adulación.
Siempre anda bien vestido, así repita pinta todos los fines de semana; huele bien, tiene labios, piernas o algo carnoso. Se hace amigo de las amigas, de la mamá, del papá y hasta el perro de su víctima lo adora (entiéndase por víctima como la mujer enamorada de un bacán).
Camina como deslizándose y casi siempre tiene algo grande guardado (y no precisamente entre las piernas). Me refiero a algún secreto, una historia fantástica que lo hace aún más interesante, porque la mayoría de los bacanes es o ha sido bandido, tiene historias de balas perdidas o incrustadas en su cuerpo.
Balas no por peleas de tipo «gamín», NO! Son de batallas épicas ganadas con gallardía, con aplomo y a punta de plomo. Es que acariciar la herida de un bacán se convierte en un deleite porque hace que la mujer se sienta parte de su historia.
El bacán, a diferencia del hombre común, no alardea de las mujeres que ha tenido. Él simplemente muestra de manera sutil algunas evidencias y deja que la imaginación de su víctima vuele, y eso indiscutiblemente aviva el deseo de las más avispada, recatada o hasta de la más frígida de las mujeres.
Cuando el momento de finiquitar el asunto ha llegado (entiéndase como tener relaciones sexuales de tipo extrasensorial con un bacán), él se muestra interesado, atento pero no demasiado, busca, pero se deja buscar.
Dice no haber hecho «eso» desde hace mucho tiempo y cómo no creer!, si todas sabemos que para ningún hombre común es un orgullo decir que lleva tanto tiempo sin hacer «eso», que ya es casi virgen otra vez.
Un bacán es complaciente. Siempre busca el goce de su pareja, pregunta de manera constante si quiere que se detenga, pero evidentemente eso no va a pasar porque para ese momento su víctima ha depuesto todas las armas y se entrega sin reserva a las mieles del amor, mieles no por lo dulce, sino por lo empalagosa que se torna después dicha situación.
En el remanso de amor (entiéndase como cama post coito), el bacán abraza y mira a su mujer, sí, su «mujer», porque para ese momento ya le ha dicho una y mil veces que es la «mujer», no cualquier aparecida.
Seguramente ya le ha dicho que es tan especial que hasta le dan ganas de «preñarla» y quien no ha soñado con quedar preñada de un bacán? Es que a un bacán no lo tiene la que quiere, si no la que puede.
La mirada del bacán tiene cierto toque de brujería y encantamiento. Por eso se despierta varias veces en la noche a derramar su «pócima» y con eso consigue otro round en el cual sencillamente gana por knock out.
Y es ahí cuando se da el primer paso al abismo porque empieza el tormentoso síndrome de comparación post sexual. La victima empieza a sentirse minúscula, se vuelve celosa, insegura, alegona, peliculera; mejor dicho, se enamora.
Para este momento, el bacán ya obtuvo lo que quería: ser comprendido y ser amado, porque un bacán es solo un ser inseguro e indefenso que anda en este mundo buscando afecto y aceptación.
Por eso y aunque esté aburrido nunca se retira, nunca deja. Es la mujer que cansada de ser un pequeño satélite en ese complejo universo, decide apartarse derrotada y condenada al recuerdo y él, como un buen caballero acepta dolientemente este adiós y se va para no volver.
Así que, quien aún no ha conocido a un bacán, evite cualquier acercamiento, pero a quien ya lo conoció y seguramente aún está llorando, no le queda más que disfrutar de los recuerdos, porque aunque hubo momentos amargos, sin lugar a dudas también vivió en la mismísima gloria.