Sobre la dicha de conocer a la persona que nos hace poner esa cara de híbrido entre «teletubie» y actor/actriz porno con solo enviarnos un mensaje.

Por Tibisay Estupiñán Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación.
Dicen que cada uno de nosotros tiene su media naranja en algún lugar del mundo. Bueno, a veces es medio limón o incluso puede llegar a ser media pitaya, ya que tiene la facultad de hacer que la «caguemos» cada tanto.

Nacimos completos, es verdad,  pero por muy independientes que creamos ser: napoleones y juanas de arco del siglo 21, no hay cargo ejecutivo, millones -aunque ayudan bastante-, arte o ciencia que remplace ese momento sicalíptico y a la vez sublime de estar al lado de ese ser que nos endiosa el cuerpo y nos humaniza el alma.

Ese personaje que tiene una facultad sobrenatural de hacer que todo se pare: el tiempo, los pensamientos, todo!

Nos hace poner esa cara de híbrido entre «teletubie» y actor/actriz porno con solo enviarnos un mensaje. Todos estos sentimientos y demoníacas emociones que colonizan el cuerpo solo las puede producir: El Amor de nuestra vida.

Algunos se la pasan chupando mitades de naranjas. Encuentran «el amor» en las fiestas decembrinas y tienen una relación sicodélica-maniática. Son felices hasta mayo, lloran de junio a agosto;de septiembre a noviembre llega la etapa de reflexión y en diciembre vuelve y juega; lo interesante es que esto puede repetirse con la misma mitad de naranja e incluso durar años, así ya sepa agria.

No pasa por falta de carácter o por flojera interior (calzones o bóxers sin resorte); es simplemente porque el aparato reproductor está más cerca del corazón que del cerebro y cuando lo de abajo pide, lo de arriba responde. Luego se crean vínculos por conveniencia cimentados en lo correcto y la costumbre, y es allí donde se cree haber encontrado a la media mitad.

Pero en este ramerismo hipócrita que llaman vida, también existen personas que han conocido a otras con las que todo fluye naturalmente: las carcajadas matutinas, el baile, los momentos íntimos. Esa persona que nos da regalos únicos, que canta las estrofas que no sabemos de nuestras canciones favoritas.

Al lado de ellas una changua de dos días es un manjar, los aguaceros no despeinan: mojan el cuerpo y avivan el deseo. Quien halla al amor de su vida pasa más tiempo llorando que riendo, porque la felicidad es tanta que hasta saca lágrimas.

Un orgasmo es un gol olímpico en el minuto 90, ganarse la lotería o la muerte súbita de la suegra (para quienes no entienden de fútbol): es así de excitante.

Hacen que despertemos  talentos escondidos, como que recitemos plegarias o hablemos un arameo tan perfecto que hasta nuestro señor Jesucristo estaría orgulloso.

Esta persona amplía nuestra capacidad de visualización. Ojo! Visualización, no imaginación. La visualización es la capacidad de proyectar una vida con una foto; la imaginación es la capacidad de eyacular con una foto.

Estar con el amor de la vida es tan fácil como vomitarse en el espacio y pretender no untarse.Siempre habrá mentiras, confusión y no faltará la media naranja que ya está o aparece en el camino.

Es que conocer al amor de la vida no es garantía de estar con él porque hay hombres y mujeres sin sangre, que eligen unirse solo para procrear, tener estatus o formar una familia, olvidando que nada más tenemos esta vida, que solo puede ofrecer felicidad quien es feliz y que «no existen parejas felices, sino personas felices que hacen pareja».

Entiéndase que esto no se trata de fidelidad, convivencia, compromiso, respeto o cariño; esto se trata de magia, pasión, convicción, locura y amor.

Así pues, bendito sea el que se topó con el amor de su vida sin importar si está con él o no en este momento, pues «en la dicha terrena más vale la rosa arrancada del tallo a la que marchitándose sobre la espina virgen crece, vive y muere solitaria».