El proyecto de nuevo acueducto revive la esperanza de dejar de recibir el servicio solamente 150 de las 720 horas del mes.
Por Flavio José Carabalí Erazo, coordinador Proyecto Diversidad Andi/Cámara de BPO.
Nada logra reflejar la frustración que significa para una ciudad de poco menos de 200,000 habitantes no contar con un servicio de agua potable y saneamiento básico digno, en las condiciones de calidad y permanencia que este referente del Pacifico sur colombiano merece.
Frente a esta pequeña tragedia, irrelevante para algunos y completamente cotidiana para casi todos, desde hace un par de años se gesta -por el Gobierno Nacional y las últimas administraciones locales- un proyecto para que al cabo de 6 años de trabajos y más de 130 mil millones de pesos invertidos, Tumaco alcance un estándar de competitividad y calidad de vida que hasta ahora ha sido solo promesa, sueño y necesidad.
No habría que decirlo: un pueblo sin agua no podrá alcanzar jamás su verdadero potencial de crecimiento y desarrollo, y en buena medida toda la capacidad de acción de las instituciones públicas debe volcarse de manera intensiva a la garantía de servicios básicos que, en este caso, son pilar de vida.
A lo que hemos asistido durante las últimas décadas en este municipio es a un fenómeno que se repite en escenarios en donde la política no da lugar a buenas políticas públicas.
Y es que sencillamente ante la ausencia de una respuesta de Estado a un problema básico, los individuos se ven obligados a ofrecer soluciones privadas a problemas públicos, con cargo a sus propios recursos económicos y en función de auto-abastecerse de dicho bien o servicio.
En agua potable, Tumaco es una ciudad de expertos en soluciones privadas que suplen los vacíos de las empresas y los gobiernos.
En términos de ingeniería hidráulica y requisitos mínimos de vivienda, somos los tumaqueños diestros en la concepción de depósitos, tanques elevados o enterrados, electrobombas, tuberías, llaves de paso, horarios de llenado, pozos profundos y otros secretos más.
Es tan simple como pensar que, en este momento, la empresa que provee el servicio en nombre del municipio solo tiene la capacidad de poner el agua en el tubo que pasa frente a su casa, pero si usted quiere que el líquido lo acompañe durante los otros días de la semana o llegue con alguna presión a las llaves dentro de su vivienda, usted necesariamente deberá «ayudar» al Estado a cumplir con su misión y pagar, por supuesto, todos los adicionales que eso significa.
Y no me refiero a un rascacielos, sino a cualquier casa de una o dos plantas que en el casco urbano recibe el servicio aproximadamente 150 de las 720 horas que hay en el mes.
Si se cumplen los planes y se usa el recurso dispuesto desde las varias fuentes de financiación de este ambicioso programa, la realidad entera del municipio será por fin distinta y tal vez los ciudadanos dejemos de subsidiar al Estado.
Sin embargo, el agua es fundamental para la vida, pero ya que la vida sigue sin que el líquido esté en cada hogar durante las 24 horas de cada día, con calidad de consumo y precio justo, pareciera que los tiempos de la institucionalidad no son los de la ciudadanía.
Bueno, pero nos queda una pregunta más.
Si estamos pensando en que estas tres islas en las que hoy habita la gran mayoría de los tumaqueños, si estas playas «Faustianas» ya no estarán más a la vuelta de nuestras esquinas y la vida de todos los días se vivirá en tierras seguras, lejos del terror probable del tsunami que espera y más cerca del hoy solitario Hospital San Andres, será necesario entonces que en ese nuevo Tumaco la solución al problema del agua potable se plantee desde ya.
¿Cómo va la planeación urbana de nuestro nuevo Tumaco? Ya se sueña con el espacio que ocupará, más cerca del desarrollo agro-industrial y productivo, pero qué tan sólida es la base sobre la que el orden y la estructura de esa nueva ciudad se está edificando?
Con o sin tsunami, lo más probable es que los nuevos ciudadanos deban vivir en los nuevos desarrollos urbanos asentados en torno a la oferta publica que de a pocos podrá moverse, y lo único sensato que debemos pensar es que esa expansión no se haga a la ligera, marcada por el candor de la improvisación, porque sería una absoluta pena que con la oportunidad en las manos nos sometamos, otra vez, a la mala calidad de una vida sin agua.