Cada quien es libre de elegir sus palabras para poner el universo a favor o en contra.

Por Tibisay Estupiñán Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. @tibisayes – facebook.com/tibisayes
«El poder de la palabra hablada», especialmente la que nos decimos a nosotros mismos, puede definir nuestra dicha o nuestra desdicha.
¿Cómo nos sentimos y qué nos pasa cuando vivimos diciendo que todo está mal? Cuando nos preguntan que cómo estamos y respondemos: «respirando porque al fin de cuentas el aire es gratis»
Les apuesto una, que inmediatamente nos cae la propia «Sal», la depresión nos ataca, nos volvemos un fastidio y solemos envejecernos a una velocidad supersónica con la lloradera tan absurda que nos da (barato, 10 días de vejez, por hora de llanto).
Ahora, si por el contrario y en medio de la adversidad, declaramos firmemente y convencidos que todo está bien y con tendencia a mejorar.
Sonreímos aunque nos cueste, hablamos de cosas agradables, ponemos fe en lo que queremos sabiendo que en el tiempo perfecto habrá de suceder; les apuesto la otra, que eso penetra en una parte desconocida de nuestro ser y nos hace sentir inadvertidamente bien.
Sencillo, puro sentido común. Cada quien es libre de elegir sus palabras para poner el universo a favor o en contra.
Algunos podrán decir que esta actitud es un simple «pajazo mental». Esos son los mismos que respiran porque el aire es gratis o se limitan a inhalar el aire que otros exhalan porque son incapaces de concebir vidas propias.
De la cantidad de basura verbal que le tiremos al universo dependerá el hedor que este nos regrese. Nadie con una letrina mental puede llenar su vida de buenos aromas.
¡Ojo! También hay que ser conscientes de lo que estamos escuchando. No es para nada inteligente convertirse en el «inodoro» de gente auto desahuciada, ni por ser pasivos, ni por picárnoslas de buenos samaritanos.
Aunque todos tenemos nuestras «problemas» mentales, hay quienes están más enfermos que otros y por salud mental colectiva tienen que aprender a lidiar con sus cuestiones, solitos.
Llegar al punto en donde en medio de la «desgracia» aprendamos a hacer buen uso de nuestra confesión, nos hará menos sufridos y más sensatos y virtuosos.
Nadie dice que sea fácil sonreír cuando se tiene «muequera emocional», pero he aprendido que una encía alegre también enamora. Lo importante es tener esa actitud que nos llevará a esa altitud emocional que todos anhelamos, pero que pocos alcanzamos.
Así pues, nos invito a poner en práctica lo dicho, porque como dijo un filósofo colombiano «es mejor ser rico que pobre» y acá también aplica que es mejor ser rico en amor, libertad y tranquilidad, que ser pobre y objeto de lástima por no tener cuidado con lo que hablamos a diario.