Semblanza del artista, recientemente fallecido, por la pianista Ligia Asprilla, su sobrina.

Por Ligia Ivette Asprilla, pianista e Investigadora musical. Especial para Color de Colombia

Hoy, quisiera ser poeta. Quisiera ser poeta para despedir a un poeta. Pero no a un poeta, a “El Poeta”, al artista por excelencia, a Eudhes Asprilla.

Si fuera poeta, podría ofrecer un vívido relato del impacto que causaba con su presencia, su voz, sus movimientos, su fuerza vital, su capacidad expresiva, su poder para afectar al otro; tendría las palabras precisas para recrear la magia con la que lograba evocar imágenes, personajes, mundos, historias; podría transmitir el claroscuro de sus manos.

Eudhes Asprilla Paz fue un artista, y uno que reivindicó con su arte y con su vida el orgullo, la pasión, el goce, la alegría de ser negro, en un país y en un momento en que ello constituía un acto de impensable audacia (¿aún hoy lo es?).

Amó profundamente al Chocó, su tierra natal, a sus gentes y sus historias, y como expresión de ese amor, plasmó en su poesía las risas, el dolor, las ilusiones y la ternura.

¡Qué bello era escucharle declamar “Canción para dormir a un negrito”, con la delicadeza y el amor que tradicionalmente se atribuye sólo a las madres!

Conocía al detalle las expresiones y modos de pensamiento de hombres y mujeres negros de los entornos urbanos, del campo, de la costa; por ello lograba comunicar, no un estereotipo, sino toda la diversidad y la riqueza que la cultura, la historia, la geografía y los modos de vida imprimen en las poblaciones negras.

Su poesía podía ser, por ello y al mismo tiempo, solemne, introspectiva, expresiva y humorística.

Quisiera ser poeta para expresar algo de la emoción que produjo su nacimiento, un 25 de diciembre, como un regalo del Niño Dios.

Mi madre, de quien llevo el nombre – Ligia Asprilla – fallecida años antes, lo amaba especialmente, y por ello también yo lo amaba doblemente.

Ella me contaba que desde que nació, grande y bello, fue el orgullo de sus padres, Céfora y Eusebio, el consentido, el bien amado, el que da un nuevo significado a lo más simple, el que proporciona nuevas claves para leer y comprender las experiencias de la vida.

Muy joven, la poesía lo arrebató a las posibilidades de tener “una vida común”; vivió para ella y en ella, él la encarnó y ella lo transfiguró en cada encuentro.

Renunció – se opuso con todas sus fuerzas – a llevar la vida de un trabajador o un asalariado; se sometió siempre a los difíciles avatares de vivir de su arte, de abrirse espacios, de promocionarse. Me pregunto cuándo podremos los artistas vivir del arte en nuestro país: seguramente, cuando nos empoderemos de los espacios de gestión y desarrollo que nos corresponde liderar.

Pero bien, no soy poeta; por eso lo despido sencillamente como sobrina, a él, a Eudhes: una palabra mayor, para una persona única, inolvidable.

Para mí, fue desde muy niña un gigante – en toda la dimensión física y espiritual de la palabra – y de él (y de mis padres) obtuve dos aprendizajes fundamentales: el orgullo de ser quien soy y la convicción de que el arte es un compromiso vital, de que en el arte se respira.

Adiós. Fue un honor conocerte, un regalo tenerte todos estos años con nosotros, y será un privilegio recordarte con amor y admiración.

[Aquí, semblanza publicada por el Ministerio de Cultura]