Lo que sucede en Buenaventura repercute casi que en toda la región del Pacífico.

Por Edgar Murillo Alegría, estudiante de Ciencia Política de la Universidad de Antioquia y Becario Martin Luther King Jr. Especial para Color de Colombia

En la década de 1980 el maestro Jairo Varela y su Grupo Niche dedicaron una canción a la ciudad de Buenaventura. La titularon “La danza de la chancaca”. En una parte del clásico salsero se escucha: “(…) y aquí nos amanecemos…Hasta que me sepa a cacho…Hasta que me saquen de la fiesta todititito borracho…Hasta que me sepa a cacho (…)

Sin duda alguna, Grupo Niche hablaba de otra época, de otra Buenaventura; de la ciudad salsera en la que se podía festejar -en paz- toda la noche y hasta el día siguiente, si así se deseaba. Hoy la situación no es la misma, las cosas en el bello puerto del mar han cambiado, y bastante.

Se habla mucho de Buenaventura por estos días en los medios de comunicación. Uno podría tomar dos posturas frente al hecho. Una, pensar que se está visibilizando la situación de inseguridad del puerto. Sería magnífico! O dos: sentir desconfianza por la exacerbación y preguntarse ¿por qué justo ahora? ¿Qué hace que Buenaventura le esté interesando a los medios? Yo me inscribo en la segunda.

Si bien es cierto que el puerto atraviesa por una terrible crisis en materia de seguridad, no lo es menos sostener que dicha situación no es nueva ni particular. Buenaventura es el espejo de lo que sucede en todo el Pacífico.

Es el mismo drama que viven y han vivido otras poblaciones de la región como Quibdó, Tumaco, Istmina, Juradó o Guapi, por mencionar algunos casos. Estos municipios dejaron de ser cunas de tranquilidad y pasaron a ser, en muy poco tiempo, lugares inseguros y altamente peligrosos, donde la gente aprendió que la única manera de morir no es la forma natural y comenzaron a dispararse los índices de homicidios y desplazamientos forzados.

Sólo en Buenaventura fueron 19.000 el año pasado, convirtiéndose en el municipio de Colombia con más desplazados por la violencia, según cifras citadas por la Revista Semana.

Buenaventura es el principal puerto de Colombia en el mar Pacífico y gran parte de las importaciones y exportaciones de envergadura que realiza el país se llevan a cabo en este importante puerto.

Sin embargo, pese al gran aporte que realiza el puerto al desarrollo económico de la nación, Buenaventura continúa siendo una especie de hijo bastardo del Estado colombiano y, paradójicamente, siendo una de las ciudades que más aceita los motores de la economía nacional, es una de las más pobres y con los más altos índices de desempleo en Colombia.

Tiene una tasa del 63%, según un estudio de la Cámara de Comercio de la ciudad; sin contar a los que se encuentran en la informalidad y a quienes no se les reconoce el salario mínimo ni se les cubre las prestaciones sociales. Lo que se traduce, como es de esperarse, en paupérrimas condiciones de vida para sus habitantes.

Con este panorama, son los jóvenes quienes -por estar en plena edad productiva- resultan ser, en primera instancia, los más perjudicados; y en segunda, la sociedad porteña en general.

Frente a la carencia de oportunidades para emplearse, aparece la ilegalidad con ofertas seductoras de dinero, moto, carro, tenis, chicas, vestido, alcohol, “autoridad”, respeto, etc., a las que no resulta tan fácil decir no cuando se es joven, no se tiene educación básica, se padece hambre y en casa no se tienen ciertas necesidades básicas satisfechas.

Así, los jóvenes terminan siendo el caldo de cultivo del conflicto que se vive en el puerto. Son ellos las principales víctimas, utilizadas como carne de cañón para alimentar tanto a Rastrojos, a Urabeños, a las FARC y a la Empresa.

De otro lado, hay algo que no se ha dicho en los medios y es que lo que sucede en Buenaventura no solo perjudica a los bonaverenses. Es una situación que repercute casi que en toda la región del Pacífico.

No hay que olvidar que el puerto es el centro de las transacciones económicas de los campesinos de la región; por un lado recibe los productos de la actividad pesquera y la madera y al mismo tiempo abastece de alimentos, combustibles y materiales para la construcción a todos los pueblos del Chocó ubicados a orillas del pacífico (desde Bahía Solano y Juradó, en el norte, en los límites con Panamá, hasta el Litoral del San Juan, en el sur), así como a algunas comunidades del Valle del Cauca, Cauca y Nariño.

Por tanto, lo que está en juego hoy en Buenaventura no es solo la seguridad de los habitantes del puerto; es también la subsistencia y la seguridad alimentaria de los pobladores de casi toda una región.

De todas maneras, lo que está sucediendo en Buenaventura era una situación bastante previsible si se toman en cuenta, por un lado, el ascenso y posterior triunfo del narcotráfico en el puerto y, por otro, la amnesia y el abandono estatal perpetrados de manera sistemática no sólo contra Buenaventura sino contra la región pacífica en general; situación que se manifiesta en la ausencia de políticas serias de inversión social que lleven a erradicar la pobreza y el desempleo en la región.

De igual forma, y habida cuenta que la única manera de ejercer la violencia no es solamente con balas (el abandono y el olvido son formas de manifestarla), vale decir, entonces, que no solo las bacrim y el narcotráfico son enemigos de Buenaventura; también lo es el Estado colombiano.

De manera que debe reclamarse la responsabilidad de éste, toda vez que debido a su omisión en el cumplimiento de sus funciones (ofrecer seguridad a sus ciudadanos en su vida, honra y bienes es una de ellas), Buenaventura se encuentra hoy en tan lamentable situación de pobreza, una tasa de desempleo por las nubles y el orden público totalmente fuera del control de las autoridades estatales.

En ese sentido, no solo la omisión en su deber de garantizar la seguridad a los bonaverenses y su incapacidad para erradicar la pobreza y ofrecer condiciones de vida digna, demuestran la responsabilidad del Estado en la crisis que enfrenta Buenaventura; los servicios públicos también dan cuenta del estado de abandono en que se encuentra la ciudad.

Es tan así que, en el principal puerto de Colombia sobre el Pacífico, tener agua disponible en la casa todo el día es un lujo que muy pocos se pueden dar. Excepto los hoteles y algunos establecimientos de comercio, nadie puede decir que tiene servicio de agua potable en su casa las 24 horas del día; el servicio de recolección de basura es pésimo, la calidad de la educación es precaria y de la salud ni hablar, pues de pronto nos enfermamos.

Finalmente, en todo este embrollo hay un elemento importante que merece ser resaltado y es el rechazo a la violencia por parte de la población civil.

Buenaventura se había acostumbrado a las bacrim y a las muertes violentas, lo que generaba una sensación de complacencia con el crimen. Por eso, da mucho gusto y reconforta bastante ver al pueblo bonaverense salir a las calles con camisetas y banderas blancas a reclamarle al Estado por su negligencia y falta de compromiso con el puerto, pero también a decirle a los violentos basta, no más.

Buenaventura quiere vivir sin terror, sin zonas vedadas, sin casas de pique, sin vacunas, sin descuartizados en las zonas de baja mar y, sobre todo, ser el bello puerto del mar, ese remanso de paz de antaño.