Paula Moreno, Betty Garcés, Catherine Ibargüen, Mabel Lara y Goyo, rostros que rompen esquemas mentales heredados.
Para nadie es un secreto que en Colombia las mujeres indígenas y afrocolombianas tenemos menos oportunidades laborales, estamos más expuestas a desempeñarnos en oficios informales y en la gran mayoría de los casos recibimos menores prestaciones salariales por el trabajo que realizamos.
Quien afirme lo contrario, muy seguramente está habitando la Colombia paralela, esa que todavía tercamente sostiene que en el país del Divino Niño, el tal racismo no existe.
A pesar de lo anterior, los nombres de prominentes mujeres afros hoy ocupan las páginas de importantes medios de comunicación a nivel nacional.
La revista Semana, por ejemplo, destaca a Paula Marcela Moreno, la primera ministra negra del país y actual directora de la Fundación Manos Visibles como una de las Mejores Líderes de Colombia 2014.
A Catherine Ibargüen, la mujer de la sonrisa de diamante, la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) la nominó a mejor atleta del año en el mundo. En Mónaco, realizó un triple salto de 15,31 metros que la ubicó como la quinta mejor marca de la historia. Esta mujer nacida en Apartadó, es la única latina nominada del grupo.
El Tiempo, por su parte, reseña la historia de Betty Garcés, la soprano bonaverense que hoy es la invitada de la temporada de Ópera en Bogotá.
Betty, criada en las entrañas de Buenaventura, llegó a Alemania a los 25 años y allá mientras estudiaba, trabajó empacando helados y comida para servir en los aviones.
En San Basilio de Palenque, este fin de semana en el marco del Festival de Tambores y Expresiones Culturales, se le rendirá homenaje a la rezandera Concepción Hernández Navarro “Seño”, matrona y custodia de la religiosidad palenquera.
Con más de una decena de nietos, “Seño” ha sido parte activa de los procesos de fortalecimiento de la lengua palenquera, del Lumbalú y de los demás rituales fúnebres que tienen lugar en la tierra de Benkos Biohó.
No puedo dejar de mencionar a Mabel Lara. Cada vez que la veo en televisión, su profesionalismo y entereza me reconforta el alma.
Ni a Andreiza Anaya, que con su voz diáfana e impregnada de Caribe le ha dado vitalidad a la radio pública nacional.
Para mí lo que todas ellas han estado haciendo es revolucionario. Están rompiendo esquemas, están dándole la vuelta a esos imaginarios perversos heredados de la Colonia, que cuando no erotizan el cuerpo negro femenino lo reducen al más vil servilismo.
Ellas le están poniendo rostro a siglos de marginación, están mostrando (quizás, sin proponérselo) los resultados de un proceso lento pero sin interrupción que empezó con nuestras cimarronas, y que en las regiones ha sido recogido por mujeres corajudas, empeñadas en dignificar el rol de las mujeres negras.
Por supuesto, ellas son apenas la punta del iceberg, las abridoras de caminos. En un país como el nuestro, cuyos avances en los temas de inclusión, en la mayoría de los casos vienen cargados con sendos reveses, estamos obligados a celebrar y hacer eco de la contundencia del mensaje que estas mujeres están dejando.
Paulas, Catherines, Bettys, Zullys, Goyos y Concepciones pululan a lo largo y ancho de Colombia. Las veo en el rostro de María Camila, mi primita de 9 años, quien a su corta edad ha sido bailarina de ballet, es la mejor estudiante de su clase, ama escribir cuentos y sueña con ser al mismo tiempo médica, profesora de primaria y modelo.
El panorama sigue siendo adverso, pero sí se puede, y tenemos que exigirnos más. Sí se puede, y tenemos que seguir estudiando. Sí se puede y tenemos que ser constantes. Mujeres negras, sí se puede.