En un país tan polarizado históricamente, hasta la paz es de unos pocos, o en el mejor de los casos, de la mitad de los colombianos.
La paz de Santos, llaman al proceso de negociación que actualmente se lleva a cabo en La Habana, entre el Gobierno Nacional y las Farc. Como si la guerra y la paz solo afectaran a la mitad del país o a unos pocos, como si los millones de desplazados y refugiados, los mutilados, los heridos, los muertos, los huérfanos y las viudas, y las miserias de la guerra fueran solo de unos y no de todos.
Da la impresión que los opositores del proceso de paz creen que si se logra un acuerdo con las Farc este no los va a beneficiar a ellos, sino solamente a los que lo apoyamos.
Solo logrando un acuerdo con las Farc y el ELN se llegaría al primer peldaño para para lograr la tan ansiada, necesitada y esquiva paz. Porque solo llegando a acuerdos es posible comenzar a trabajar en la reconciliación, la verdad y el perdón, la reparación de víctimas y la reintegración, entre otros muchos aspectos que se necesitan en Colombia, para definitivamente dejar atrás una violencia de dos siglos.
Porque solo cuando haya paz, desde las nuevas hasta las viejas generaciones, habremos superado el odio, el rencor y la venganza que nos han llevado a la intolerancia, a la desconfianza, al resentimiento, a la agresión y a la violencia fácil que vemos todos los días en nuestras calles, barrios, comunidades y hogares (más de mil riñas se registraron en Bogotá solo el fin de semana del día de la madre).
Solo cuando haya paz será posible mirarnos a los ojos y poder hablar, dialogar, reclamarle al vecino o al desconocido en la calle sin miedo a ser agredido física o verbalmente, o incluso hasta encontrar la muerte, como el soldado que la semana pasada fue muerto por pedir que le bajaran el volumen a un equipo de sonido.
Solo con la paz será posible darle el valor sagrado a la vida, algo desconocido para los colombianos, pues desde la misma independencia hemos librado guerra tras guerra, batalla tras batalla, pelea tras pelea, con muchísimos o pocos muertos; con atrocidades como los cortes de franela, de corbata o de florero de la violencia partidista de mediados del siglo pasado, o de cortes de cabeza o desmembramiento de hace solo 20 años.
Solo cuando haya paz será posible por fin reconocernos unos a otros como seres humanos, a tratarnos de manera digna, a tener compasión por el otro, a no discriminarnos, ni segregarnos, a no atacarnos, ni menospreciarnos ni matarnos por pensar o actuar diferente, a no justificar la muerte de los otros y a no hacer justicia por mano propia (muy tan de moda en estos tiempos), ni a creer que la vida es un juego de suma cero en el que hay que eliminar al otro para poder vivirla yo.
Solo cuando haya paz será posible vivir como hermanos, como colombianos, a tener un proyecto de país y de sociedad, a estar unidos por el bienestar de todos y por un bien común. Y no solamente expresar fraternidad durante los partidos de la selección Colombia o cuando uno de nuestros deportistas triunfa en el exterior.
Solo cuando haya paz será posible aprender a conocernos, a ‘ponernos en los zapatos del otro’, a entender, más no a justificar, lo que hacen los demás, y a dejar el prejuicio y el juzgamiento fácil.
Solo cuando haya paz caeremos encuenta que perdimos dos siglos de nuestra existencia como país creyendo que esta se conseguía a la fuerza y por la fuerza, cuando se ha demostrado hasta la saciedad que lo que hace es perpetuar la violencia.
Cuando llegue la paz es porque habremos aprendido a superar nuestras diferencias mediante el diálogo, el debate o aún con una sana discusión y no con el insulto, la ofensa, la agresión o la descalificación.
Solo cuando haya paz lograremos más crecimiento económico, más bienestar, sin secuestros, ni extorsiones, ni vacunas, tendremos menores índices de pobreza, más y mejor educación, salud y justicia para todos. ¡Eso si la corrupción, ese sí nuestro gran problema, deja algo!.
Solo con acuerdos será posible construir paz, para por fin tener paz y descubrir que sí: que era para todos.