La guerra arrecia, la opinión pública nacional y los analistas se preguntan por la suerte del proceso de paz que se lleva a cabo en La Habana. Unos a favor y otros en contra de continuarlo.

La verdad, llana y simple, es que para los que hemos estudiado resolución de conflictos y analizado los procesos de paz que se han llevado a cabo en el mundo (tanto los exitosos como los fracasados), la época de horas bajas actual de la negociación de La Habana es la propia de una negociación de este calibre.

En todas partes, los procesos de paz se caracterizan por ser largos, tediosos, con desconfianzas, de posiciones radicales, de altas y bajas, de conciliaciones y de entendimientos. Es mucho lo que hay que acordar, en el caso colombiano cinco puntos que incluyen lo agrario, lo político, el narcotráfico, la desmovilización, las víctimas (el más importante de todos y el que nos traerá la paz). Y muchos años de guerra.

Hacer un proceso de paz no es fácil, requiere estrategia y táctica, mucho conocimiento, experiencia y buena voluntad.

Saber de negociaciones y de los temas que se discuten.

El orden en que se abordan los mismos. De mucha paciencia, creatividad y flexibilidad para encontrar soluciones y mantener la confianza entre las partes. Saber qué decir y qué no en el momento preciso.

Es por este motivo que la comunidad internacional y los expertos en negociaciones en el mundo ven con tan buenos ojos lo que sucede en La Habana.

El caso colombiano junto con el palestino-israelí es calificado como intratable y se han escrito decenas de libros en todo el mundo sobre nuestro conflicto. Falle o tenga éxito, el proceso de La Habana ya es un modelo a seguir por lo que se ha conseguido hasta el momento.

Este proceso se ha llevado a cabo como recomienda la resolución de conflictos: prenegociaciones, definición de temas a negociar, negociaciones en el exterior para garantizar la seguridad y tranquilidad de los representantes de las partes, así como la discreción en lo que se negocia, suficiente tiempo para los acuerdos y llevarlo a cabo en medio del conflicto, hasta que las Farc propusieron su tregua unilateral.

El único punto que recomendaron todos los expertos en resolución de conflictos y que no acogieron las partes fue la presencia de mediadores, los cuales le hubieran dado una mayor fluidez a las negociaciones y la posibilidad de alcanzar acuerdos más sustanciales.

El proceso en general ha sido bien planeado y ejecutado. El Gobierno y las Farc se han asesorado muy bien para su buena marcha. Da gusto saber y ver cómo se convocan expertos internacionales en los diferentes temas y cómo se planea cada paso.

Las comisiones que se han creado han sido en el momento justo y preciso. Desde el punto de vista de negociaciones, nada se ha dejado al azar.

Las partes han avanzado como nunca antes para terminar con el sangriento conflicto.

Es mucho lo que se ha logrado, aunque muchos colombianos no le sepan dar todavía el valor que se merece, ni la titánica labor de los negociadores tanto del Gobierno como de las Farc para lograr acuerdos.

Tal y como era lo lógico, y como lo enseña la experiencia y la teoría en resolución de conflictos a nivel mundial, la tregua unilateral de las Farc de diciembre fracasó. Y lo volverá a hacer la nueva tregua anunciada ayer sino se ponen condiciones claras para que funcione.

Lo que sucede con el rompimiento de la tregua y la escalada de violencia no debe alarmar a nadie. En todos los procesos del mundo se han roto los ceses del fuego, las treguas unilaterales, e incluso se han parado de la mesa los negociadores para después volver a retomar el proceso.

Lo que si deben tener en cuenta las Farc es que la gran mayoría de los colombianos no creen ni confían en ellos. Que todas las acciones violentas que llevan a cabo para presionar a un cese bilateral del fuego debilitan, le resta legitimidad y apoyo al proceso y al presidente Juan Manuel Santos.

Un consejo para las Farc: contaba Nelson Mandela en su libro ‘El largo camino a la libertad’ que cuando estaba negociando con el gobierno sudafricano siempre tenía presente no llevar a cabo acciones que hicieran ver débil al presidente Frederik de Klerk. Al contrario, buscaba que se viera fuerte, para que el proceso ganara más legitimidad ante la opinión pública.

Lo que sucede ahora son los escollos normales para llegar a un acuerdo para empezar a construir paz. Lo otro es la cuestión política interna, y ni las Farc ni el Gobierno deben guiarse por la opinión pública, siempre tan volátil.