Opinión
«Colombia está dominada por una oligarquía política,
que convirtió la administración del Estado
en un botín que se reparte a pedazos», Luis Carlos Galán.
«Si él quiere hacerse multimillonario como los hijos de los otros expresidentes, está muy equivocado, porque eso no lo voy a permitir», cuenta Daysuris Vásquez que le expresó el Presidente Gustavo Petro al conocer las andanzas de su hijo Nicolás Petro pidiendo dinero a personas con dudosa reputación para la campaña presidencial de su padre, pero con la intención de quedarse con el mismo para darse una vida de lujos, como en efecto al parecer lo hizo.
Y es que el caso de Nicolás Petro de querer volverse rico y darse vida de rico con la política ejemplifica perfectamente esa clase politiquera (de política tiene muy poco) que nos domina, subyuga y empobrece: llegar al poder no para servir y hacer el bien común sino para tratar de hacerse multimillonario y vivir como multimillonario, y para esto tienen que robarse los dineros públicos (que son de nosotros) y de paso volverse amigos, aliados o socios de narcos, bandidos, paramilitares o megacontratistas corruptos.
Y es que estos ladrones politiqueros (los políticos honestos que tenemos son pocos), con muchas ganas de volverse multimillonarios de la noche a la mañana son los que tienen al país sumido en la crisis de hambre, desigualdad, desempleo, pobreza, miseria, falta de vivienda, educación y oportunidades. Porque no es que Colombia sea un país pobre, como nos lo quieren hacer creer, es que las mafias politiqueras nos roban unos 50 billones de pesos al año (dos o tres reformas tributarias) que las personas trabajadoras y honestas producimos con mucho esfuerzo y sacrificio.
Porque para asaltarnos de manera vil y descarada lo que producimos y nos ganamos se han conformado mafias, bandas, grupos y asociaciones a todos los niveles: el nacional, el departamental y el local, que se reparten las entidades públicas a su antojo: unos se quedan con universidades, otros con hospitales, otros con unos institutos, otros con otras entidades, otros con cajas de compensación con la firme intención de mirar qué se pueden robar, desfalcar y timar para enriquecerse y de paso financiar campañas políticas a nombre propio o de terceros y así seguir con sus ciclos perversos de corrupción y podredumbre.
Es tan bueno el negocio de robarnos el dinero, disfrazados de servidores y preocupados por el bien de todos, que los politiqueros invierten miles de millones de pesos (obviamente después recuperan eso y mucho más) para campañas electorales a las alcaldías, gobernaciones, asambleas y concejos para ellos mismos o para perpetuarse con hijos, sobrinos, esposas, amantes, cuñados, amigos y hasta enemigos con el fin de repartirse el botín del Estado a pedazos, como lo señaló Luis Carlos Galán.
Y es que ya no solo se roban lo que hay en los presupuestos sino que siguen empleando el de siempre sistema de pedir comisiones a los contratistas por las obras públicas, en algunos casos hasta el 30%, y no contentos con eso les piden a los constructores casas por permitir la edificación de viviendas en sus municipios, o lotes o partes de terrenos (hasta una tercera parte de los mimos) con la amenaza de clasificarlos como ‘suelos de protección’ (ninguna utilidad comercial), si las personas no acceden al chantaje y a la extorsión. Van pidiendo por todo, pequeño o grande, con la seguridad de que de peso en peso se llena la bolsa.
Porque ese también se convirtió en los últimos años en otro foco de corrupción, para que una persona pueda emprender un negocio o construir algo tiene que plegarse a la extorsión por cada permiso o autorización habido y por haber, o sino la solicitud duerme el sueño de los justos por años en curadurías, secretarías, entidades locales, departamentales, nacionales, autoridades ambientales y hasta los empleados de las ahora privadas empresas de servicios públicos también piden su tajada para no dejar que los trámites se apolillen en sus despachos.
Y es que, al parecer, para muchos (no todos) de los que llegan a la administración pública ese es su gran objetivo si se puede: aprovechar su ‘cuartico’ de hora y asegurar su futuro, ya que un puesto político no dura mucho tiempo.
Y por esto no es extraño que esta clase politiquera hampona que tenemos se haya paseado por todo el código penal y civil, no hay sino que mirar todos los casos de corrupción que se destapan, que no deben ser sino el 1% de lo que sucede en el país, los centenares de corruptos que están en las cárceles y procesados en el país por asesinatos, robos, sobornos, extorsiones, posesión de drogas, narcotráfico, asociaciones con guerrillas, paramilitares, bandas criminales y hasta violencia doméstica, por solo nombrar algunos de los delitos cometidos.
Por esto, particularmente a mí me duele en el alma pagar impuestos y privarme de comprar mis cosas, hacer un viaje, adquirir un carro, un apartamento, sabiendo que otros se van a apropiar de lo que con mucho esfuerzo, mucha lucha, mucho sacrificio y sudor diario, me he ganado honestamente.
O los colombianos nos despertamos, pellizcamos y ‘ponemos las pilas’ en la lucha contra la corrupción o nos convertiremos, ahí sí, en otra Venezuela. Porque lo que llevó a la hecatombe y a la miseria a Venezuela no fue la derecha, ni la izquierda, ni el tan ‘cacareado’ socialismo (el cual nunca se aplicó) que tanto le gusta nombrar a la derecha colombiana, sino la corrupción politiquera que privatizó, malgastó y despilfarró una de las mayores riquezas petroleras del mundo.
“El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.
«Me pasa la cuenta» dijo.
«¿A usted o al municipio?» preguntó el dentista.
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.
«Es la misma vaina»”,
fragmento del cuento ‘Un día de estos’, de Gabriel García Márquez, escrito en los años 50 o comienzos de los 60.