OPINIÓN
Los colombianos debemos hacer un alto en el camino y pensar si toda esa intolerancia y odio nos sirve para algo como nación, como sociedad, como seres humanos, o al contrario, nos va a servir para perpetuar la violencia física y emocional que hemos sufrido históricamente.
Duele ver lo que somos como colombianos. Duele ver las redes sociales con su intolerancia, odio, rencor, inmisericordia e indolencia desquiciadas. Duele ver cómo nos tratamos, nos despreciamos, nos deshumanizamos. Duele ver la falta de empatía, de entendimiento, de comprensión, de compasión y de amor para con el otro.
Pero vamos de acuerdo con nuestra historia, desde la independencia nos acostumbramos a solucionar las diferencias con la violencia: se contaron alrededor de 20 guerras civiles en el siglo XIX, la cruel Guerra de los Mil Días se llevó a unas 25.000 personas, la violencia partidista de mediados del siglo pasado con sus más de 100.000 muertos y después las luchas guerrilleras y paramilitares, acompañadas de narcotráfico, bandas criminales, delincuencia común, etc., con sus muchos muertos más.
En todas esas etapas se han cometido crímenes atroces que solo han cabido en las mentes más crueles de este mundo: sí, comparados o incluso peores que el holocausto de los judíos en la Segunda Guerra Mundial o con los conflictos más inhumanos de la historia.
En una entrevista que le hice al gran pensador Steven Pinker, profesor de la universidad de Harvard, comentaba que a pesar de la violencia actual, la humanidad ha avanzado porque ya no se soluciona todo con peleas sino que las personas y sociedades han encontrado mecanismos, como más apego a las leyes y tolerancia, para dirimir las diferencias.
Y creo que eso ha pasado en Colombia: los civiles pasamos de matarnos físicamente por razones políticas para ‘matarnos’ en redes sociales y agredirnos de palabra en reuniones o en las calles. Un avance se diría. Aunque a veces se ve que ese equilibrio está a punto de romperse, sobretodo cuando hay marchas y protestas y se ha llegado hasta la agresión física.
Toda esta polarización e intolerancia azuzados por políticos incendiarios (al igual que en la violencia partidista) que buscan votos sin importarles el país que quieren o que les va a tocar; por líderes y extremistas, radicales y fanáticos de las redes sociales que piensan que hacen mucho por el país sembrando odios y discordias a cambio de volverse famosos con clicks, interacciones y seguidores.
Pero los colombianos debemos hacer un alto en el camino y pensar si toda esa intolerancia y odio nos sirve para algo como nación, como sociedad, como seres humanos, o al contrario, nos va a servir para perpetuar la violencia física y emocional que hemos sufrido históricamente.
¿De qué nos sirven esas marchas y protestas contra un gobierno si el que viene también las va a sufrir como un método de retaliación?, ¿De qué nos sirve mirar para atrás y seguir echándonos las culpas unos a otros?, ¿De qué nos sirve desear que maten más líderes sociales para demostrar que Gustavo Petro es peor Presidente que Iván Duque?, ¿De qué nos sirve desear que le vaya mal a un Presidente en lo económico para demostrar que el anterior o el siguiente es mejor?, ¿De qué nos sirve desear que le vaya mal a uno para que cuando llegue el de la orilla opuesta, los otros también le deseen que le vaya mal?, ¿De qué nos sirve que haya más masacres para compararlas con el anterior y con el siguiente?, ¿De qué nos sirve que le vaya mal a Petro, a Duque o al siguiente para al final demostrar que yo sí tenía la razón?, ¿De qué nos sirve insultar sino hacemos críticas constructivas con alternativas o soluciones?, ¿De qué nos sirve todo ese desprecio cuando lo que necesitamos es unión, sensatez y mesura para pensarnos un futuro mejor?, ¿De qué nos sirve ese odio mutuo?, ¿De qué nos sirve seguir con la autodestrucción?.
Al fin y al cabo si al uno, al otro y al siguiente Presidente le va mal, a todos nos va mal.
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No me cabe duda que la gran mayoría de los colombianos piensan, desde sus visiones de vida, en lo mejor para el país y para cada uno de nosotros: una sociedad en la que todos podamos disfrutar de la prosperidad, el bienestar, el desarrollo y podamos realizarnos y dignificarnos como seres humanos.
Pero para eso necesitamos tratar de encontrar puntos comunes en las diferencias, entender que no todo es blanco ni es negro sino que la realidad está compuesta por una infinita gama de grises, en la cual cada cabeza es un mundo. Entender que el que piensa diferente no es un enemigo sino una persona con experiencias de vida distintas. Entender que ese juego de suma cero de yo tengo toda la razón y usted ninguna no sirve para construir sociedad.
Entender que el que no tiene no es porque sea vago, perezoso, bruto o ignorante sino porque tenemos un sistema en el cual es difícil escalar social y económicamente, y que la persona que tiene no es porque explotó a los demás sino porque a pesar de todas las dificultades logró salir adelante a punta de esfuerzo, disciplina y sacrificio.
Entender que no todo está por hacer, ni que todo está hecho en Colombia como lo piensan los extremos sino que poco a poco se ha construido un país pero que todavía hay muchas dificultades y necesidades con el objetivo de hacer un país más amable para todos.
Para eso se necesita que aprendamos a ponernos en los zapatos de los otros, a ser empáticos, a tener encuenta sus luchas, sus sufrimientos, sus logros, sus victorias, sus desafíos, sus derrotas, sus faltas de oportunidades. A pensar en por qué actúa y piensa de una u otra forma. Pensar que no todos somos iguales y que todos navegamos la misma vida pero en diferentes tipos de barcas.
Como una nación cristiana que somos, es sencillamente seguir las enseñanzas del Cristo desde hace 2.000 años: misericordia, piedad, compasión, reconciliación, tolerancia, perdón y amor para con el prójimo.
¡La paz del Señor esté con nosotros y con nuestro espíritu!