Donald Trump representa lo peor de un estadounidense y, se podría decir, que de cualquier ser humano: cruel, inhumano, mentiroso, despiadado, desalmado, ofensivo, polarizador, infiel, mal perdedor, racista, homófobo, misógino, tramposo y, en fin, criminal.
Tuve el placer de vivir 9 años en Washington D.C., la capital de Estados Unidos, y conocí (o creí conocer) el espíritu estadounidense: compasivo, piadoso, respetuoso, sincero, amable, solidario, ético, tolerante, decente y honesto de los ‘gringos’, como los llamamos coloquialmente.
Trabajar y estudiar en esa cosmopolita ciudad me dio la oportunidad de conocer personas de todas partes del mundo y del mismo país que llegaban allí en busca de oportunidades profesionales y académicas.
Pude conocer a muchos estadounidenses durante mi estadía, desde la chica que llegó de una villa del estado de Minnesota con apenas 500 habitantes, era la primera de su familia en llegar a la capital estadounidense, hasta los que llegaban de Los Ángeles y Nueva York. Múltiples orígenes, culturas, etnias, valores religiosos, políticos, económicos y sociales, pero todos con la misma característica de respeto y consideración por el otro.
Porque claro que también existen unos estadounidenses mentirosos, otros tramposos, infieles, otros irrespetuosos y antiéticos, pero estos eran una minoría y, lo principal, no eran admirados y aprobados por el gran conjunto de los habitantes de la capital estadounidense. Al contrario, con las miradas les manifestaban su desaprobación.
Por esto me sorprendió tanto cuando en el 2016 un personaje como Donald Trump ganó las elecciones para presidente de Estados Unidos, porque representaba y, en estas elecciones de 2024 peor, al estadounidense que no era bien visto y desaprobado por muchos de conciudadanos.
Porque Donald Trump, en uno solo, representa lo peor de un estadounidense y, se podría decir, que de cualquier ser humano: cruel, inhumano, mentiroso, despiadado, desalmado, ofensivo, polarizador, infiel, mal perdedor, racista, homófobo, misógino, tramposo, y en fin, criminal, no hay que olvidar que fue declarado culpable de 37 delitos en un juicio este mismo año, mientras tiene otros juicios a la espera.
A Trump no le cuesta nada mentir, se le contaron más de 30.000 mentiras o desinformaciones en cuatro años como presidente, no le cuesta nada mentir que todos los inmigrantes hispanos son criminales, ladrones y violadores, no le cuesta nada inventar que los haitianos en un pueblito se comen las mascotas de los estadounidenses, no le cuesta nada mentir que le robaron las elecciones del 2020, cuando en privado reconoce que perdió, no le cuesta nada mentir que no le pagó a una actriz porno para mantener su silencio, cuando se comprobó que sí lo hizo, no le cuesta nada llamar ‘tramposa’ a Hillary Clinton y ‘dormido’ a Joe Biden, no le cuesta nada inventarse la peor mentira si eso le sirve a su campaña política.
No le cuesta nada mentir al decir que no tuvo nada que ver y que no quiso alterar el resultado electoral del 2020 al perder con Joe Biden, cuando los videos demuestran que minutos antes envió a sus fanáticos al Capitolio a evitar la certificación electoral. Por si fuera poco, Trump hace algo que para los estadounidenses que conocí es lo más antiestadounidense que puede existir: evadir impuestos. Para ellos pagar lo que les corresponde en impuestos es algo patriótico y es devolverle un poco al país lo que este ha hecho por ellos y les ha permitido alcanzar.
Pero lo peor de todo es que Trump es que desdeña la democracia, en la madre de las democracias. Trató de robarse unas elecciones y ahora si pierde quiere volver a hacer lo mismo al tratar de impedir que algunos estados puedan certificar los resultados finales, como lo han descrito varios medios estadounidenses. Por este espíritu de dictador es que Trump recibe el apoyo en la sombra del sátrapa ruso Vladimir Putin, quien le ayudó a conseguir la victoria en el 2016, al influir con propaganda y desinformación. “Quisiera ser dictador por un día”, dijo sin perder el tono anaranjado de su piel el candidato republicano.
Hasta que viví en Estados Unidos, año 2009, las diferencias ideológicas entre demócratas y republicanos llegaban a más o menos mercado, más o menos estado, más o menos intervencionismo en el mundo, más o menos ayudas sociales, más o menos inmigración, el aborto, y así todo en el espectro ideológico, político, legal, social y económico. Incluso, se veía una apertura del espectro político y social al haber elegido de manera abrumadora a Barack Obama, el primer presidente afroamericano del país.
Pero ese espíritu estadounidense de aprobar, apoyar y celebrar el racismo, la intolerancia, el odio, la mentira, la trampa y la falta de decencia y humanidad, entre otros aspectos, que es lo que se manifiesta al apoyar a Trump, me faltó conocerlo y vivirlo. Es una cuestión de valores y principios, no ideológica.
¡Definitivamente me faltó conocer la otra mitad de Estados Unidos!