Fallas de origen indeterminado en las redes de comunicaciones causan incontables daños a los usuarios, sin que existan posibilidades de establecer qué es lo que sucede.
Hace unas semanas comenté en Blogestión lo que ocurrió por «la caída» de la red en una entidad financiera. Cursé la opinión de los lectores a los «defensores del cliente» y aún no tenemos respuesta. A decir verdad, no creo que se produzca.
Una prestigiosa agencia de publicidad cambió hace poco la modalidad de pago a sus proveedores. Lo que supuestamente sería un avance en los trámites, ha resultado en viacrucis: «esta es una multinacional», respondió una telefonista como explicación de las demoras. Igual hubiese podido decir «la adminsitración pública» o «son políticas de la empresa».
Entre las ventajas (hipotéticas o reales), que brindan las tecnologías y lo que perciben (percibimos), los ciudadanos del común, media algo que por llamar se llama LA GESTIÓN. Es decir, la capacidad de quienes incorporan las tecnologías para garantizar, efectivamente, respuestas idóneas y efectivas en menos tiempo. Si las cosas se complican no es, desde luego, culpa de las tecnologías sino de quienes deben cumplir la tarea de implementarlas.
Una lectora frecuente de estas notas me advierte que
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