Mi padre repetía el viejo chiste del abuelo: «entre más cerca, más lejos», para señalar la mayor distancia entre dos predios separados por cercas de piedra o alambre.

Desde la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas-Madrid hasta la antigua Terminal 2(de dónde sale el metro) es casi imposible llegar pese a la profusa señalización de colores y aluminio, porque los bueses no se encuentran con facilidad.

Cuando, despues de una hora o más desde su desembarco, el viajero llega a la T2 ( y aún no ha salido del aeropuerto), las cosas parecen volver a la normalidad, a la escala de techos observables por personas corrientes, al color y la calidez de la funcionalidad urbana, no sideral.

Madrid, como siempre, en construcción y los madrileños, como siempre, con la opinión dividida entre quienes aplauden el traslado de árboles de la Castellana y la profundización de la M3 que circunda la ciudad y quienes consideran las obras un adefesio (no un edificio), que inscribirá el nombre del actual alcalde en las páginas del malgasto.

El apartamento en Tetúan donde me alojo no tiene línea telefónica ¿Para qué? pregunta mi anfitrión, Quique Sevilla, si con el móvil alcanza y sobra. El fijo juega, como los buses en el transporte público, más un papel decorativo que funcional.

Por consiguiente la larga distancia es un anacronismo, los prefijos sólo se utilizan en los locutorios para inmigrantes que llaman a sus casas a una 3ª parte de lo que cuesta llamar de allá para acá y más, desde luego, de lo que vale la llamada móvil.

Marroquíes, orieuros y sudacas atestan (atestamos), los locutorios para ponernos en contacto, vía internet, con la Patria menos lejana pero que amaneció este lunes reelecta y,como suele ocurrir, a contravía de por donde va el mundo.
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