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Durante un par de semanas una pequeña aldea andaluza se convierte en la tercera ciudad más grande de España por cuenta de un espectáculo con más de 5 siglos de existencia: las romerías del Rocío.
El centro de la celebración es una imagen de María, madre de Jesús, recargada de joyas y de aspecto menos sugestivo que el de muchas virgenes que venera el mundo católico. Pero tiene, a cambio, multitud de seguidores organizados a través de hermandades que tienen la obligación de presentar sus respetos cada año por Pentecostés.
Las hermandades, 105 hasta este año, traen, a su vez, asociaciones que apadrinan pero la gran multitud está formada por gentes de todo el mundo que van más a gozar de la fiesta que a cumplir la ritualidad religiosa.
“Un parque temático bien montado”, calificó un amigo el certamen. En cierto modo, y sin faltar al respeto, lo es: todas las casas son sede de fiestas que por lo general empiezan a medianoche, despues de la cena y del canto de las Salves en las que coros, bailarinas, cantaores y palmas acompañan el paso incesante de los caballos y carretas (allí se realiza la que se considera la concentración de caballos más grande del mundo. Ninguna calle, excepto las circunvalares, está pavimentada sino cubiertas de arena que sirve como pista.
Industria turística, fuente de ingresos cuantiosos, tradición incolumne (no se permiten construcciones de más de dos pisos, no hay hoteles ni vallas ni avisos luminosos, los bares son escasos y apenas 3 restaurantes pues la mayoría de visitantes lleva y prepara sus comidas aunque algunos se lucen con cocineros y camareras importadas, mientras las caravanas que hacen el camino reciben vitaullas de las avanzadas), lo cierto es que el Rocío es un caso típico de gestión espontánea si se quiere pero altamente eficiente y productiva, de recursos intangibles de un pueblo (Almonte) en la provincia huelvana que dificilmente tendrá imitadores.
Espero, para la próxima, poner unas fotos sobre el asunto. Gracias por atenderme y saludos con mi regreso a este planeta
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