A pesar de su aparente sofisticación -que la haría aplicable únicamente para empresas tecnológicas avanzadas-, la Gestión del Conocimiento demuestra tener validez en los llamados sectores primarios o de economía real.
En efecto, empresas en sectores agropecuarios y manufactureros la utilizan con éxito y, de ese modo, consiguen crecer y transformarse a tono con las nuevas exigencias sociales.
Una bodega productora de vinos que conocí en Huelva es un claro ejemplo: allí la palabra la tiene una ingeniera especialista en enología que, sin otra colaboración que la de 3 expertos vinateros (incluido el propietario), experimenta y orienta la innovaciòn al tiempo que mantiene vigentes líneas de antigua posapia: un moscato, por ejemplo, de 18º grados, a medio camino de volverse brandy y con un 50% más de graduación alhocólica que la mayoría es una rareza sugestiva.
La fusión entre el conocimiento empírico y el académico, entre la experimentación de base científica y el saber acumulado por generaciones es evidente en esa y otras producciones que -por su capacidad de diferenciarse de los productos masivos-se constituyen en alternativas competitivas.
No menos interesante el hecho de que la Gestión del Conocimiento se toma allí de modo explícito y conciente, no como práctica espontánea sino como orientación concreta que no rinde culto al vulgar practicismo, aquel que desprecia los aportes teóricos por supuestamente ineficaces.
También llama la atención el hecho de que muchas iniciativas para adoptar un enfoque empresarial basado en conocimiento NO provienen de cámaras, autoridades, ayuntamientos o programas financiados por la Unión Europea. Ni siquiera por universidades o centros de investigación. Lo cual permitiría demostrar que aún hay campo, mucho campo, para que entidades realmente interesadas en impulsar la Gestión del Conocimiento hagan presencia.
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