Estoy por creer que entre las nociones de gobierno y de TIC hay contradicciones irreductibles. Pero, en lo que se refiere a la práctica, estoy plenamente convencido. Por eso las llamadas politicas de fomento a las TIC, conectividad, desarrollo científico-tecnológico y similares no pasan de ser saludos a la bandera, cuentos no siempre bien contados, cine de ficción pura.
Por su naturaleza, la actividad gubernamental se basa -en buena parte-, en el engaño: una cosa se dice y otra se hace, distinta la que se dirá mañana a la que se sostuvo hoy y muy diferentes ambas de lo que se juró ayer.
La mentira, hermana gemela del engaño y el secreto (padre de ellos, aunque no lo reconozca, justamente para mantener su identidad en reserva), chocan con el clima de libertad, publicidad, acceso universal y derechos efectivos que impulsan las TIC.
Por eso el término Gobierno Digital (y sus homónimos: Gobierno en Línea, Gobierno Electrónico, etc.), es una antinomia tanto en el sujeto como en el calificativo.
Las tensiones entre los gobiernos y las TIC se perciben en los grandes acontecimientos y en la cotidianidad: la invasión israelita al Líbano (tan parecida a los primeros avances nazis en Europa. Remember Polonia) y la respuesta estadounidense a la amenaza terrorista, igual que la enfermdad de Fidel y el dolor de dientes de Putkin, la licitación para contratar un servicio en un pequeño departamento público de Andorra y la manipulación para adjudicar un contrato a un comerciante amigo en Bosa; tienen en común su horror a la difusión pública pues quienes lo hacen entienden que, de alguna manera, la publicidad pone en riesgo sus verdaderas intenciones.
No importa que todos (o casi todos) sepan que las verdaderas intenciones de Israel (como las de Hitler, al realizar las provocaciones que incitaron a la 2a Guerra Mundial), sean distintas que las que proclaman (Remember Remember), o que una buena parte de la opinión mundial tenga dudas sobre la verosimilitud del plan londinense, o que no crea que el caudillo cubano no quiere seguir eternamente en el trono o que el dirigente ruso finge malestar bucal para disimular un guayabo atronador, o que la licitación de Andorra o el contrato en Bosa tengan nombre y apellidos propios.
Eso no importa. El gobierno, todos lo gobiernos, necesitan mantener las apariencias de pulcritud, transparencia,respeto y decencia. Y, la expansión de las TIC multiplica el riesgo de exposición a la luz pública. A través de la información y la comunicación se pueden (y deben) develar los secretos, no propiciar la manipulación.
Por eso, cuando escucho a un gobernante (o congresista, ministro, directora de agencia de control, secretario del ramo, alcalde mayor, candidato, burócrata o cosas por el estilo), exclamar sus loas al gobierno en línea, digital, electrónico, tecnológico, moderno, etc. no puedo dejar de sentir la misma impresión que me generan las películas de ciencia-ficción en las que los alienígenas horribles y malos son derrotados por los buenos mandatarios terrestres, tan comprometidos con el mejor destino de la humanidad.
– Corte a comerciales-