La crisis de Catastro -por el incremento de avalúos que afecta un segmento de predios en Bogotá- deja como ganadores a ciertos peces gordos y a un par de pescadores de-votos.
Latifundistas urbanos, constructores y promotores inmobiliarios de renombre se unieron en santa alianza contra la medida que busca ajustar los cánones fiscales a la evolución económica de la ciudad y a los valores reales de los propios inmuebles.
Demasiadas evidencias demuestran que, en efecto, muchos predios subvalorados para la liquidación de impuestos tienen, en realidad, un valor más alto. El metro cuadrado de Iserra en Unicentro, para poner un ejemplo reciente, se cotizó a $50 millones en la negociación con Zara de España. Algo similar ocurre con inmuebles de uso comercial y destinación económica lucrativa e inclusive con casas y edificios particulares.
Mediante la actualización se recolectan técnicamente los datos sobre los cambios de las construcciones para ajustar los avalúos: es, en síntesis, un proceso de compilación, procesamiento y análisis de información que cuenta, en el caso de Bogotá con antecedentes de más de 25 años.
Hasta la creación del Departamento de Catastro Distrital –y de hecho hasta hace unos 15 años-, esa función toleró los vicios propios de toda administración pública al servicio de intereses poderosos y ocultos.
Los gobiernos distritales, de la 1ª alcaldía de Mockus para acá, han guardado, en lo fundamental, una actitud de tecnificación, integridad y civismo en el manejo de esa función, gracias a lo cual el Departamento de Catastro obtuvo reconocimiento nacional e internacional. Hasta ahora. Hasta hoy.
Hace unas semanas empezó a correr el rumor de que la actualización catastral del 2006 presentaba incrementos exagerados. En verdad eso sólo afectó una mínima parte (en particular una cadena de prestigiosos almacenes de ropa masculina, algunos intereses de un reconocido constructor y propiedades de la plutocracia “local y chata y roma”), del total de predios actualizado durante el año pasado.
Ciertos medios hicieron eco a la campaña, junto con un partido doctrinariamente apegado a la propiedad privada sin responsabilidad social que quiso, como dice el viejo adagio, pescar en río revuelto.
Acaban de sumarse a esa santa cruzada –que no acostumbra medir el interés de la comunidad, ni el progreso, ni la equidad contributiva, ni la justicia distributiva-, otros de-votos: el mismismo contralor distrital (al parecer experto en negocios inmobiliarios aunque en Miami) y el sempiterno Locho Garzón quien renunció sin miramientos a su amigo, el depuesto director de Catastro que había demostrado probidad y firmeza en su desempeño.
Parece –en esas condiciones- que se abren las compuertas para que de nuevo los peces gordos del suelo urbano y el par de pescadores de-votos vuelvan a las andanzas de antes y den al traste con los procesos de modernización de la información y la gestión territorial en Bogotá.