Por poner una cifra, hay más de 2 mil 600 millones usuarios de telefonía móvil en el mundo. No todos con aparato propio -abundan la oferta de llamadas en calles y locutorios- y no todos con línea activa.
Hasta Manuel Castells se declara sorprendido por las repercusiones sociales de la telefonía móvil, especialmente en las familias, los niños y los jóvenes de los países que están debajo de la brecha digital.
Pero, éste fenómeno tiene otros efectos. Hay lugares donde la concentración de antenas preocupa a los ciudadanos, aunque las operadoras aseguran que no hay nada que temer y que, por el contrario, se necesitan más antenas para brindar buenas condiciones de cobertura.
En diversos campos, las industrias buscan adecuar sus estrategias a esta realidad. Al reconocer que las tendencias producidas por expansión de la telefonía móvil conllevan nuevas demandas, los proveedores de equipos y acceso a redes de comunicación buscan mayor movilidad tanto en servicios y dispositivos como en la comercialización y la publicidad.
El Nokia 1100, con más de 200 millones de aparatos en manos de los usuarios, se convierte en el dispositivo electrónico más vendido de la historia, por encima del ya casi desaparecido walkman y más unidades que el IPod –que le sucedió en este singular listado-.
Y ¿qué con las Comunidades de práctica?
Castells, el sociólogo de la era digital por antonomasia, afirma que la telefonía móvil da lugar a “la aparición espontánea de comunidades de práctica instantáneas que llaman a la acción o invitan a reunirse: puede tratarse de movilizaciones políticas, pero también de proyectos profesionales, expresiones culturales o contraculturales o convocatorias a fiestas”.
Sin embargo, debemos señalar que, pese a lo evidente, tal afirmación no se ajusta al concepto de Comunidad de Práctica introducido por Etienne Wenger y Jean Lave.
Sin duda, la telefonía móvil permite establecer comunicación inmediata, barata y casi espontánea (por lo general, las llamadas se hacen entre personas conocidas), pero esa no es razón suficiente para calificar como Comunidad de Práctica a quienes figuran en una misma lista telefónica.
En días pasados me reuní con investigadores de la Universidad de Antioquia en quienes observé el uso indiscriminado del término Comunidades de Práctica para referir formas de interacción que encajarían, quizás, mejor, en la noción de grupos o equipos.
Las CoPs, además de compartir un repertorio de intereses y significados, efectúan acciones orientadas por compromisos similares con alguna continuidad: no toda conversación, sin considerar los canales que utilice, es síntoma de pertenencia a una CoP, como tampoco lo es un grupo de amigos, en el trabajo, en las aulas o en la vida social.
No se trata, aclaro, de un alarde de rigor académico (a un directivo universitario le escuché: “esas no son más que redes…y punto”), sino de anexar con veracidad y sin ligereza, si se quiere, elaboraciones que nos permitan avanzar en la comprensión de los cambios sociales que inducen las TIC.
Por que lo cierto es que, más allá de las cifras, la telefonía móvil sustenta hechos y conductas sociales que merecen estudios más escrupulosos y agudos que las habituales notas de prensa de las empresas involucradas.
A propósito:
Las pérdidas que muestra Movistar en su ejercicio del 2006 en Colombia ¿A quién deberían preocupar?
Sorprende –por lo barato-, el plan de datos Tigo de datos ilimitado y 500 SMS por menos de U$ 25,oo.