Una vez más los profetas del apocalipsis denuncian la reducción de la productividad por culpa del correo electrónico.
Un estudio producido por una prestigiosa escuela británica de negocios a pedido de una compañía fabricante de auriculares y diademas (de esas que se usan para no tener que andar con el teléfono por todos los lados), señala que los ejecutivos europeos pasan en promedio 2 horas de su precioso (por costoso) tiempo diario pegados al susodicho correo electrónico.
En consecuencia, afirma una nota de prensa, 10 años de sus prolijas vidas desperdiciadas en una tarea tan insignificante. Para peor, continúa la nota referida "tres años y medio suponen una absoluta pérdida de tiempo, puesto que se considera que el 32 por ciento de los mensajes leídos y enviados carece de relevancia".
Para resolver tan dramático desperdicio, los mismos ejecutivos proponen volver a las conversaciones personales o telefónicas (especialmente en las gestiones internas), mucho más eficaces a la hora de tomar decisiones.
¿Quién tiene la culpa?
Al final queda difícil establecer si la estupidez de semajante juicio corresponde a los investigadores, a la compañía que encargó el estudio o al autor del comentario citado. O a todos.
Por que, ante la evidencia de que las comunicaciones por medios electrónicos reducen el tiempo y ganan efectividad (como lo demuestran infinidad de otros estudios y hechos como la proliferación de Intranets, chats y blogs empresariales), no queda si no suponer que alguien está incurriendo en interpretaciones incorrectas.
Aunque, desde otra perspectiva, puede que no: se trata de ejecutivos (es decir directivos de negocios) y europeos (para más señas), poco hábiles para el manejo de "esos artilugios digitales" pero, en cambio, diestros cortesanos de salones y comedores de lujo.
Chris Argyris demostró que las innovaciones tecnológicas entran por la puerta del fondo a las empresas. Es posible que los encuestados, los autores de la encuesta, sus divulgadores o todos los anteriores, aún no sepan cómo se usa y para qué sirve el mencionado mecanismo. O, de pronto, el resto del mundo es el equivocado y deberíamos volver al estilo palaciego y mesurado de los lores y los sires. ¿Será?
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