Una encuesta efectuada con trabajadores de un puerto en el Mediterráneo catalán y de una capital andina  revela, entre otros interesantes resultados, una lamentable situación: en la ciudad española se presentan más (aunque por poco), casos de acoso laboral que en la metrópoli colombiana.


Presiones excesivas e innecesarias que se reflejan no en mayor productividad (como podrían alegar los defensores, que los hay, del llamado mobbing) si no, por el contrario, en riesgos que reducen la calidad de vida e, inclusive, amenazan la vida misma de quienes lo padecen.


Que en un lugar de la Indo-América se presenten tal fenómeno se explica -aunque jamás se justifica – por los arbitrios de una casta que todavía cree que la explotación honra a quien la ejerce (pero más a quien la padece).

Pero la comprobación de que el Psico-terrorismo laboral se práctica (y con qué frecuencia), en buena parte del “mundo avanzado”, abre serias dudas sobre la capacidad de comprender lo que ocurre en la realidad actual.

MI(R)ANDO FUERA  DEL CONTEXTO

Hoy, más que nunca antes, para crear Valor se requieren escenarios que faciliten el despliegue de las capacidades humanas. Por eso, quienes cometen o permiten maltratos en sus organizaciones, además de una falta ética, incurren en una estupidez económica.


Mientras los expertos afirman la importancia un clima favorable al desarrollo profesional y personal el éxito de una empresa, dentro de ella muchos atropellan los derechos de subalternos y colegas.


Las amenazas implícitas o explicitas desaniman a quienes las padecen, reducen la productividad y obstaculizan la consecución de buenos resultados. Entonces, el ciclo se vuelve contra las acusadas (además de acosadas) víctimas: principalmente mujeres menores de 35 años, madres solteras o cabeza de familia.

Esta situación reviste especial gravedad en el sector de los servicios donde quienes -sometidos a persecuciones y ultrajes, sicológicos o físicos-, pronto se tornan en personas ríspidas, desconfiadas y temerosas.

El espectro del acoso sicológico abarca la imposición de horarios desmedidos, tareas inadecuadas, restricciones e incomodidades, además de la reducción e incumplimiento de pagos de sueldos y prestaciones.  Aunque antes era frecuente en áreas operativas, hoy abundan los casos de abusos en industrias culturales y de contenidos, entidades educativas y estatales, etc.

La plaga del acoso se cierne, pues, como un cáncer que corroe diversos territorios generando angustia y desazón…

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