Muchos dirigentes, tanto públicos como privados, desconocen una ley elemental del capitalismo: la de la circulación, cuando se desviven por retener en las arcas de las empresas y del tesoro público y sufren cuando tienen que autorizar un desembolso. De ahí el hábito malsano de poner a empleados y proveedores a esperar su retribución hasta límites irracionales.
Ese tipo de seudo-atesoramiento frena la inversión y por ahí mismo los ciclos de la economía: unos diítas rasguñadas aquí, unas horas más allá (sólo se paga un día determinado, tras infinidad de trámites innecesarios y, esos sí, costosos), ralentiza la demanda y afecta, de hecho, el suministro de bienes y servicios y, en consecuencia, el ritmo de la producción.
Tales prácticas –asociadas a la prevalencia de añejas costumbres feudatarias-, rompen con el dinamismo de los procesos contemporáneos y hunden a la sociedad en un letargo rural. Como quiera que lo único que se puede hacer es esperar, la gente apacigua la impaciencia con desazón.
Aplazar las decisiones, dar largas, muchas largas, a los asuntos, dejar para pasado mañana lo que debió hacerse ayer para crear la sensación de que los afanes solo traen cansancio (cuando, en verdad, la lentitud alienta el hastío y no la actividad), son conductas propias de empresarios obsoletos y de políticos mañosos, ágiles cuando exigen a los demás y morosos para cumplir sus ofertas.
Leeeento clientelismo
El clientelismo –que unos y otros ejercen con fruición tiránica-, ilustra claramente su afinidad con el afán de ganar para un solo lado (el de ellos), a costa de la pérdida de los demás (que aguanten…eso sí, quién nos manda).
Curiosamente la frase que sintetiza esa actitud (“vísteme despacio que tengo prisa”), se atribuye a diversos personajes poderosos (y leeeentos), comenzando por emperadores romanos, reyes depuestos, conquistadores ansiosos y un largo etcétera que incluye tiranuelos tropicales, avaros politicastros y burócratas de todos los pelambres; para significar la importancia que le conceden a los detalles nimios, junto a su desprecio por los demás.
Promesas tornadizas
Cosa distinta, que quede claro, es la delectación sibarita, que consiente disfrutar una cena, unas copas y una conversación placenteras (todo esto, y mucho más, junto), con el ritmo sosegado que la vida merece.
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