La crisis financiera estadounidense -que ya tumbó a un gigante (Lehman Brothers) y tiene debilitadas a casi una docena de poderosas entidades-, revela los riesgos que afronta una economía en red cuando las decisiones no se basan en análisis inteligentes de la información, si no en el simple impulso de la ganancia inmediata.
Lo que empezó como una ola de suspensión de pagos a créditos hipotecarios derivados (esto es, refinanciaciones y préstamos en condiciones más onerosas de lo normal), y siguió como una serie de re-compras y operaciones orientadas a sacar tajada de la crisis (pero sin resolver, desde luego, las penurias de la población ahogada por crecidas deudas pero ahora sin casa ni trabajo), terminó en el apresurado lanzamiento de salvavidas a las más grandes corporaciones financieras del mundo.
El costo del salvamento de los emporios es varias veces superior a lo que habría tenido que desembolsar el tesoro norteamericano si hubiese decidido tomar la deuda de los angustiados compradores morosos. Tan sencillo como abrir líneas de crédito blando (que no se entregaría al parroquiano, si no que se abonaría a su deuda es decir, se entregaría al mismo banco). O, generar medidas de reactivación del mercado inmobiliario mediante el otoogamiento de subvenciones y subsidios a la población perjudicada.
Pero no. Ya es lugar común eso de que las grandes entidades capitalisatas "privatizan las ganancias y socializan las perdidas", con la participación decisiva del estado que -como sucedió aquí en la crisis de los ochentas-, compromete recursos del erario en ayudar a los bancos cuando hay dificultades y no toca sus fabulosas ganancias cuando hay bonanza.
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