El
anuncio de Microsoft en el sentido de que su nueva versión de Office será
gratuita y operará desde Internet corrobora una tendencia irreversible hacia lo
virtual.
No es
que antes los programas y aplicativos Web hayan sido tangibles. Nunca lo han
sido. Antes requerían soportes materiales para su traslado e instalación:
discos, CD DVD y USB que se han ido empequeñeciendo hasta casi desaparecer,
conforme la vieja fórmula de que «lo sólido se desvanece en el aire» en la
postmodernidad.
Microsoft
-el IBM de nuestra época- se había vuelto lerdo y pesado como un
dinosaurio. Desde todos los flancos, el software libre y el gratuito, GoogleDocs,
Zoho y muchos más mosquitos pican con insistencia la coraza de la nave Gates
hasta obligarla a cambiar de rumbo.
Con
opciones atractivas, funcionales y versátiles Open-Office, el principal oponente
gratuito de Office y Neoffice, la versión para Mac, copan segmentos cada vez
más grandes del «mercado» (entre comillas, pues si no hay precio es improbable
que haya mercado).
Pero,
entonces ¿de dónde provienen los ingresos de esas compañías? La historia cuenta
que Bill Gates llamó Windows a su sistema operativo cuando encontró la ventana
por donde obtener el pago de los clientes: los proveedores de equipos que
vienen con el sistema operativo y los programas básicos instalados en fábrica.
Productos como Encarta no alcanzaron márgenes de rentabilidad y por eso
desaparecen.
Muchas
veces, el software funciona como gancho para compradores de otros servicios o
productos, como plataforma para anunciadores necesitados de mostrarse en la
Galaxia Internet de forma rápida, masiva y económica y como entrada de
información sobre los usuarios. Lo valioso, en esos casos, es que más personas
utilicen esos programas, así se les tenga que regalar, máxime si otros ya lo
hacen.
Viéndolo
bien, la gratuidad ha determinado el auge de Internet: las cuentas de correo
electrónico, por ejemplo, las ahora llamadas redes sociales, los motores de búsqueda,
las publicaciones y miles de servicios en línea, los videos, la música y los
juegos están disponibles, en su mayoría, sin ningún costo o a precios ínfimos.
Por eso
resulta chocante que -en vez de aprovechar estas tendencias para ampliar el uso
social de las tecnologías de la información-, algunos proveedores de equipos y
programas, los operadores y hasta entidades estatales persistan en modelos de
negocio basados en la venta unitaria y no en el crecimiento exponencial. Igual
de incongruente que sucursales locales vayan en contravía de lo que promueven
las casas matrices en Redmond, Madrid, el Valle Silicon, Ciudad México o
Singapur.