De
febrero de 2008 a la fecha, 24 funcionarios de France Telecom se han suicidado por
razones laborales. En el mismo lapso cerca de 30 intentaron, sin lograr su
propósito.
«No
podía seguir en este infierno, pasando horas delante de la pantalla como un
títere»», dejó escrita una nota un hombre que se mató a comienzos de
septiembre de 2009. Días después, otro sobrevivió -a su pesar-, en la misma
reunión donde lo enteraron de un traslado inconsulto. Y una mujer se lanzó por
una ventana de la oficina cuando le informaron un sorpresivo cambio.
La
mayoría acabó con su vida en las instalaciones de la empresa. Ninguno ha
alegado problemas personales…bueno, siempre que el trabajo no se considere un
problema personal, familiar y social.
Desde
su privatización France Telecom ha prescindido del 40% de su planta de
personal. Sus ganancias, por lo menos en los libros, no registran grandes aumentos.
Las inversiones tampoco han crecido de forma espectacular. Nada que no hubiese
podido hacer en su condición de empresa estatal salvo, quizás, menos ansiedad,
menos gente lanzada a la calle…un poco más de consideración humana.
Esta
realidad tocó finalmente la sensibilidad del gobierno francés: el ministro de
trabajo pidió un poco de indulgencia a los directivos de la compañía. El estado
mantiene un 27% de acciones. La mayoría están en manos de inversionistas
anónimos.
Un
infierno en vez del panorama luminoso que vaticinaba la privatización en 1998. La
productividad crece con la degradación de los empleados. Los servicios mejoran
por la efecto de los cambios tecnológicos, no por la gestión empresarial.
Los
directivos compran exenciones, sobornan, reciben el favor de las autoridades y
complacen a los grandes accionistas. Maniobras financieras en países
tercermundistas para elevar las ganancias. Los competidores actúan de la misma
manera en un campo de guerra que produce muerte, pobreza y desolación en plena
Era de la Información.