Hace
unos días sustenté un ensayo con el mismo título de esta entrada. Allí pude
verificar cómo las prácticas propagandísticas de los nazis siguen teniendo
amplia acogida en algunos circulos políticos, periodísticos y académicos sólo
que ahora la admiración se esconde bajo el concepto, aparentemente neutro, de «comunicación
social».
Cumplir los reglamentos
No
se trata, desde luego, de una tesis difícil de demostrar. Pero, ante
personas imbuídas en esa aparente superioridad que proviene de los prejuicios bien
mantenidos por la molicie intelectual (como la de los maistros de la vieja
escuela autoritaria, dogmática e impune), resulta un ejercicio interesante y hasta divertido.
No
es casual que en momentos de transición muchos se inclinen por el «malo
conocido» que, por lo general, anda acompañado del «jefe siempre tiene la
razón«.
Necesitan
seguridad ante la incertidumbre de los cambios. Repudian el pensamiento
distinto, la variedad, las alternativas. Prefieren los caminos trillados, sin
importa que estén repletos de agujeros negros. La mediocridad es cómoda, no
pone problemas ni obliga a pensar, que siempre es tan díficil. Sólo hay que
cumplir los reglamentos. O hacer como si se cumpliesen.
Nociones anquilosadas
Paradójicamente,
se encuentra con más facilidad cierta inclinación a innovar en ambientes
periodísticos y políticos que en los académicos: aquellos son más permeables
quizás por que tienen más contacto con los procesos sociales, deben pulsarlos a
diario para acomodarse a las nuevas circunstancias.
Por
el contrario, las instituciones educativas dedicadas a reproducir mecánicamente
nociones anquilosadas, repiten añejas lecciones que no van a querer poner en
cuestión so pena de perder prestigio, eso creen, o autoridad.
¿Cuántas veces las peticiones razonables de los subalternos, llámense ciudadanos, usuarios. estudiantes o clientes son tenidas en cuenta y resueltas favorablemente? Por lo general, los dictámenes de los burócratas con algo de mando se imponen por que sí, sin discusión y sin razón, al más puro estilo nazi-fascista. Son los micro-poderes que desenmascaró Foucault.
Cito,
a manera de ejemplo, lo que ocurre actualmente en muchas facultades de ciencias políticas
y comunicaciones que, por andar en sus currículos decimonónicos, eluden el estudio de fenómenos tan ricos como los que están sucediendo en este proceso
electoral. Los estudiantes tienen que, lamentablemente, dar la espalda a su
realidad, para memorizar sentencias mohosas si quieren merecer una nota aceptable.
Mientras tanto, los
procesos sociales siguen su curso con un dinamismo sorprendente. Pero, por debajo,
los conjurados de Goebbels persisten en frenar el ritmo de los cambios y en
tender una cortina de sahumerio que oculte, infructuosamente, la
transformación incesante del mundo.