Una encomiable iniciativa la del programa «Amor por Bogotá»
de la Alcaldía Mayor cuando destaca a varios ciudadanos que -sin otro interés
que el de contribuir al mejoramiento de la calidad, apuestan por la ciudad.
En esta oportunidad, entre otros premiados, recibió el
reconocimiento el arquitecto Jaime Ortiz Mariño, impulsor de iniciativas de gran
importancia entre las que se destacan las ciclovías, que han llegado a
convertirse en nuestra identidad urbana.
De vocación universal, Jaime
Ortiz reúne los atributos que Vitrubio predicaba de los arquitectos, en los que
el humanismo va sobre la técnica y las expresiones populares brillan y se
enraízan.
Sus temas de interés abarcan,
además de la arquitectura de nuestros barrios, el transporte alternativo, los
sistemas urbanos centrados en las personas (no en los edificios, ni en los
carros) y la Región Capital: ese territorio frágil y perenne que se despliega
desde la Sabana, por las estribaciones de la cordillera oriental hasta los
bordes del Magdalena.
Bogotá no es, afirma Ortiz
Mariño, la urbe antagónica de la Sabana sino parte indefectible de ella y, sin
solución de continuidad, de la altiplanicie cundi-boyacense. Reconocer ese
hecho, autentica nuestra identidad y la recupera del deterioro causado por la
frivolidad y los afanes imitadores.
Tablas y pinceles
A propósito de arquitectos con
propensión universal, el maestro Santiago García expone por estos días en la
galería de la Universidad Autónoma 30 acuarelas bajo el título «Variantes y
variaciones». La muestra presenta, en efecto, aireadas versiones de Leonardo, Modigliani y la célebre «Tempestad»,
de Giorgione y algunas piezas sobre personajes del teatro, la especialidad de
García.
El grupo de teatro La Candelaria
estrena su más reciente producción «A manteles», que promete ser, como es usual
en este colectivo, una propuesta dramatúrgica audaz.