La utilización de TIC en los levantamientos de los países
árabes, incluida España, ponen de presente sólo una mínima parte de las
transformaciones que ocurren ante la mirada impertérrita de los gobernantes: el
tejido social, hilvanado por la auto-comunicación de masas, es invisible a los
arrendatarios del poder.

Los aparatos del Estado, de todos los Estados, desconocen
las tendencias, la sensibilidad, las ideas y los intereses que motivan a la
gente que ahora está mucho más comunicada entre sí, sin tener que exponerse a
la manipulación perniciosa de los intermediarios.

Y esas tendencias (ausentes también de las preocupaciones de
la academia, de la intelectualidad y los medios tradicionales), señalan que la
tal «brecha digital» dejó de tener sentido hace rato -lo mismo que las diferencias
generacionales y de ingresos- pues la mayoría de la población usa tecnologías
móviles para interactuar en red, prefiere los mensajes de texto a las
comunicaciones de voz y la movilidad a las soluciones de mesa.

De ahí que las diferencias las hagan las prácticas, los
intercambios e interacciones y no la cobertura, ni la edad, ni el estrato
socio-económico. Más actualizada es el ama de casa que intercambia SMS con sus
amigas, que el directivo negado a permitir en su empresa el acceso a redes
sociales.

Muchos procuran pertrecharse de equipos versátiles y funcionales
cuyos precios bajan continuamente; mientras que la administración pública
sostiene una obsolescencia pasmosa (no sólo en infraestructura, que sería lo de
menos) en sus formas de actuar y de hacer; con normas arcaicas y un apego a
conceptos ya superados por las dinámicas sociales.

En Inside job, filme
que ganó el Oscar a mejor documental de este año, se ve a las claras cómo el
tamaño diminuto de los entes gubernamentales anula toda posibilidad de frenar
los abusos de los poderosos conglomerados financieros. La Comisión de Futuros,
responsable de regular el mercado de derivados en USA, no contó con suficientes
empleados y su plantilla por el contrario, se redujo al inicio de la crisis de
2008.

En medio del escándalo de Saludcoop, algunos voceros
gubernamentales revelaron la incapacidad, falta de personal preparado y
mecanismos suficientes para intentar supervisar al menos una parte de los
negocios de tan poderoso emporio.

La dificultad de las entidades públicas para incorporar
nuevas tecnologías (reitero, no sólo nuevos cacharros o aparatos) a sus
actividades y para conseguir el conocimiento y los especialistas indispensables
para responder -con alguna posibilidad de éxito- a los desafíos del mundo
actual; afirman el rezago del aparato estatal.

Cuando la sociedad se consolida en el entorno digital con
prestancia y creatividad, el estado, los partidos, los medios y las grandes
empresas se amodorran en sus vetustos esquemas jerárquicos, corruptos e hipócritas.

De ahí que, más temprano que tarde, la sociedad tendrá que
mostrar dispuesta a no continuar manteniendo esos decrépitos, costosos y
abusivos mecanismos del poder. Siendo así ¿Porqué no se modernizan?.