Contra toda
predicción de los expertos, el iPhone 4S rompió la marca de ventas. Más de un
millón de unidades vendidas en el primer día. El modelo anterior de iPhone
demoró tres días en alcanzar la misma cifra.
Nada raro en la
trayectoria de Apple eso de romper records con sus creaciones. Siguen en
aumento los adeptos de la mágica manzana mordida, incluso más allá de la muerte
del mítico Steve Jobs.
Mercado y compradores
Sin embargo,
la noticia tomó por sorpresa a quienes presagiaban el fracaso del 4S al no
considerarlo suficientemente «innovador». Los pedidos de los usuarios son un
mentís a los expertos: «el
mercado fue decepcionado, pero los clientes miraron más allá del impacto
inicial para ver por ellos mismos el contenido del aparato«, sostuvo
Daniel Ernst, de Hudson Square Research.
El mismo había afirmado, a mediados del año
pasado, que las ventas del iPhone 4 difícilmente serían superadas por otros Smartphone en el futuro.
No hay sino que recordar que en junio de 2010 las tiendas de AT&T en
Estados Unidos prácticamente colapsaron por la alta demanda del exitoso
producto Apple.
Más acá del imperio ideal
Llama la atención en esas declaraciones la
diferencia, sutil pero esencial, que establece entre mercado y compradores. El
primero, constituido por firmas y expertos analistas, consultores financieros,
mercadotécnicos y especialistas que proclaman en nombre de un ídolo nebuloso. Los
segundos, personas de carne y hueso que averiguan, escudriñan, comparan,
deciden y pagan.
Del que algunas veces las conjeturas coincidan con
el comportamiento de la gente, no se deriva que el mercado sea infalible, como
afirman sus oficiantes. Por el contrario, en infinidad de casos le gente
defrauda los vaticinios, quebranta las órdenes y desestima las señales que el
mercado expide desde ese más allá imaginario donde, en apariencia, impera.
La genialidad de un tipo como Steve Jobs consiste,
justamente, en la capacidad de crear soluciones a partir de interpretar las
necesidades, intereses y tendencias de la gente, inclusive antes de que ellas se expresen con nitidez; mientras los
embusteros del mercado esperan que sus
fantasías sean profesadas con fe ciega por los demás.
Razón tenía mi madre, DoñAna alma bendita, cuando
al empezar la semana salía rumbo a la plaza con sus amigas a «hacer el mercado»
en transacciones propicias con marchantas y vendedoras al detal. ¡Esos sí eran mercados!
Las cifras ajustadas a la avidez de banqueros y
recaudadores, los falsos anuncios de publicistas y comerciantes, las ofertas
ficticias de especuladores…no pasan de
ser fábulas de un «mercado» al que cada vez hay que creerle menos.