No es tarea fácil condensar en programas y proyectos de desarrollo
la Política del Amor enunciada por el Alcalde Petro pues, a la delicadeza
propia del asunto, hay que sumar la tirria elitista de un estado que prefiere
servir a los privilegios de la clase dominante, en lugar de honrar los principios,
compromisos y lealtades que tiene adquiridos con la sociedad civil.

En un mundo que cifra los destinos en obtener liquidez a
como dé lugar, en el estado líquido, el amor -definido por Zygmunt Bauman como «fundamento de la vida
civilizada y de la moral»- se trueca en intercambios regidos por cálculos de
costo/beneficio, en otra vulgar mercancía sometida al frío imperio de la ley… de
la oferta y la demanda.

Habilidad para
renunciar a la memoria

Allí, en el estado líquido, las habilidades
empresariales prevalecen sobre los anhelos colectivos, por nobles que estos sean,
y ningún sentimiento se logra equiparar con lo que produce un negocio
ganancioso.

En aras de acrecentar la liquidez,
el fraude y la mentira desbaratan infinidad de vidas y honras mientras el
desaliento aniquila los mejores propósitos y personas competentes son despreciadas
antes que recibir el reconocimiento justo a sus méritos. Y todo porque las
dinámicas del capital son incontrovertibles: se cumplen sin derecho a
manifestar ninguna inconformidad.

El factor fundamental de
producción, el trabajo, significa para Bauman algo muy distinto a la
laboriosidad enaltecida por esa «aberrante grosería», como llama a la ética
capitalista erigida, precisamente, para subordinar a los trabajadores a una vida indigna
y violatoria de las reglas morales que con tanto ahínco proclama el mismo
sistema dominante.

Así también se llega a la renuncia
de la memoria ya que el olvido es requisito indispensable para alcanzar el
éxito: sólo la desatención a las promesas y a las condiciones de ayer explica
el entusiasmo con que se reciben hoy ofertas y gangas que mañana ya serán cosa
marchita. Igual a como pasa con los diarios.

En el estado líquido los afectos atraen
más si se ofrecen rebajados, es más sugestivo lo
que se quiere cuando viene, además, a precio de saldo. Los sentimientos alcanzan, a lo sumo, la condición de destrezas adquiridas tras largos entrenamientos: «incluso
se puede llegar a creer (y con frecuencia se cree) que la capacidad amorosa
crece con la experiencia acumulada, que el próximo amor será una experiencia
aún más estimulante que la que se disfruta actualmente, aunque no tan
emocionante y fascinante como la que vendrá después de la próxima», agrega
Bauman.

Miedo y fragilidad emocional

La imposibilidad
real de conseguir el amor a través de esa sucesión ininterrumpida de
experiencias que proporciona el estado
líquido
genera desdén por el compromiso e irresponsabilidad frente a los
demás: a la primera diferencia o roce, se recomienda romper la relación
antes que esforzarse en revitalizarla.

Surge así una situación de extrema
fragilidad emocional que, aunque disimula la soledad y la aflicción bajo un
aspecto de vanidosa indiferencia, igual las exhibe glamorosas en ciertas
camarillas donde se amontonan angustias, como esas mansiones
linajudas repletas de temores y fantasmas íntimos e intransferibles.

El miedo al miedo que, de
acuerdo con Bauman, se esconde bajo las vocingleras peticiones y medidas de
«más seguridad» puede, en el caso de urbes como Bogotá, nunca ser resuelto pues
esta enraizado en el egoísmo de una dirigencia insensible e incapaz de amar, nutrida por la desconfianza hacia los demás y que no se atreve a perder su estilo
de vida frívolo y consumista.

Capacidades para amar

Si bien el Plan de
Desarrollo Bogotá Humana, consistente con las propuestas de campaña -aunque con
las limitaciones impuestas por el orden establecido-, enuncia varios programas que,
de algún modo, encajan en la Política del Amor; es indispensable buscar superar
esa incapacidad de amar que rige hoy y desde hace largo tiempo.

Una auténtica Política del
Amor debe atender dilemas complejos y enfrentar la resistencia de poderosos hábiles
en trapisondas, en corrupción y en demagogia. Y, también, hay que vencer la apatía y
la desilusión, respetar los legítimos intereses colectivos, develar maquinaciones
y sostener compromisos indeclinables con la vida, que es tan diversa e
impredecible, con la participación y con la equidad.

Por todo eso, la concreción
de la Política del Amor requiere altas dosis de audacia crítica, persistencia y
comprensión de la esencia del amor pues, como dice Bauman, mientras «el amor es una red
arrojada sobre la eternidad, el deseo (…sin amor) es una estratagema para evitarse el
trabajo de urdir esa red».