La serie de television «el
patrón del mal« permite analizar cómo ciertos rasgos propios del entorno
narco-criminal han permeado en vastos segmentos sociales más allá de su notoria influencia en la economía, las empresas, la política, el estado, los medios y
el deporte.
Enaltecida por
el éxito que produce la condición
mafiosa, mucha gente rige su vida y sus relaciones por pautas como el individualismo, la ostentación, el cinismo y la desfachatez típicas de los narcos. Sin
embargo, más allá de la generalización de esas prácticas, sería impropio hablar de
una «cultura mafiosa«, a menos que se pretenda subirlas de categoría.
La avidez narcisista
El individualismo
radical, característico de la condición mafiosa, le impide perseverar en ningún
compromiso más que consigo misma. Por eso omite obligaciones y sentimientos
distintos a los de su avidez narcisista: todo lo que dificulte la obtención de sus
ambiciones, se suprime sin contemplación.
Para compensar,
la avidez narcisista deriva en una hambre voraz de reconocimiento que encubra su
soledad y fragilidad egocéntrica y, de paso, certifique con su aplauso, las
ventajas de la disipación y la iniquidad.
La ansiedad
narcisista de la condición mafiosa sólo admite halagos y lisonjas: el más leve
reproche se percibe como una afrenta mientras al zalamero se le entrega la
íntimidad y la confianza: quien exprese el más leve reparo a sus comportamientos se
vuelve un fastidio que, si persiste, habrá que desalojar.
La exhortación
maternal de «haga plata honradamente hijo y si no puede honradamente…haga
plata» en «el patrón del mal» se traduce en «haga bien el mal, mijo,
muy bien hecho…para no dejarse caer«, con que la madre alecciona a Pablo
Escobar tiene mucho en común con la obsesión por proyectar en todo momento una imagen que suscite la idolatría del público.
En ese sentido
podría decirse que la organización criminal dirigida por Escobar fue precursora
de ciertos programas de responsabilidad social y él mismo, un ejemplar custodio de su
imagen de hombre de empresa honrado, benévolo y próspero.
Pues, como la
honradez es una cobertura, conviene proclamarla con insistencia, lo mismo que
la infidelidad se disfraza con palabras y gestos cariñosos y las fórmulas
cordiales guardan peligrosas amenazas.
Ostentación y ocultamiento
Con el reparto
de billetes a manos llenas el mafioso compra cariño, protección y secuaces en
los sectores marginales, gana la admiración de la pequeña-burguesía, paga la prostitución encubierta o descarada, adquiere la complicidad de autoridades y se alía con empresarios y negociantes.
La preocupación
de algunos sectores por el debate que se pueda dar acerca de lo que representó
Escobar y la aceptación de sus «valores«, también tiene que ver con la amenaza de que se conozcan asuntos ocultos hasta ahora.
El éxito del
engaño radica, precisamente, en mantener en secreto al mal y sus verdaderas
consecuencias, en esconderlo bajo una apariencia atractiva de bondad, altruísmo y entrega a buenas causas. Pero, cuando se descubre su auténtica naturaleza, la mentira no se convierte en verdad, sino que se anula la posibilidad de seguir engañando a los demás.
Las altas dosis
de reconocimiento que reclama la avidez narcisista debe equilibrarse, cuidadosamente, con la protección sigilosa de los hechos y razones en que se basa la condición mafiosa.
El grupo
narcotraficante que comandó Escobar Gaviria inauguró un estilo ostentoso y
rutilante que no sólo mantiene la admiración abierta de muchos sino que es
seguida por multitudes exhibidoras de relojes de oro, equipos electrónicos de
última generación, estadías en lujosos balnearios, ropa de marca e infinidad de
productos adquiridos, en algunos casos, a costa del sacrificio de cosas básicas
u obtenidos como dádiva a cambio de ciertos servicios.
Cursos enteros de
estudiantes universitarios visitaron la hacienda Nápoles invitados por los
familiares de Escobar. Muchos de esos invitados hoy ocupan cargos relevantes en
la academia, las empresas y el estado.
Cientos de prestigiosos profesionales trabajaron para Escobar como arquitectos,
decoradores, marchant de art,
economistas o abogados y, aunque su actividad no les daba entrada al primer círculo (reservado a los de absoluta confianza), es indudable que su
actividad en la esfera del narcotraficante, les sirvió para obtener grandes
ganancias y, de paso, para acentuar el aprecio reverencial al capo.
Será imposible
establecer cuántos y cuáles destacados empresarios y ejecutivos cuentan con
fortunas y cargos derivados de esas relaciones pues sus fortunas ya están
limpias y nadie admitiría que alguna vez tuvieron mancha.
«Las propuestas
de Escobar, fuera o no narcotraficante, eran aceptadas por un sector de la
sociedad que estaba dispuesto a acogerlo en su seno con sus proyectos
políticos, económicos, sociales, populistas y hasta criminales…»
Pero algunos rasgos
se mantienen inalterables en el pragmatismo arrogante: la carencia de escrúpulos
a cuento de un inocultable desprecio hacia la actividad intelectual, gustos
fácilmente identificables por la ramplonería y el cinismo con que alguna gente maneja su vida personal y lesiona la moral de toda una nación.