La realidad es la más rica, si no la única, fuente de toda
literatura. Además está ahí, a la mano.
No es sino cogerla o, mejor, buscar en ella con ganas, para encontrar con
facilidad un filón interminable de historias.
Además, la realidad se despliega ante el lector -o el
vector- (si al que lee se le llama «lector» es lógico llamar «vector» al que
ve. Voyerista, un poco), conforme sus inclinaciones, pareceres y apetencias en
forma de hechos, sucesos, palabras, ideas y conversaciones.
Siervos sin bobadas
Pero, como eso no es suficiente, los libros, las imágenes y
las palabras se hacen indispensables en formatos accesibles: al lado del pan y
el queso, junto a la almohada, en la mochila debajo de la ruana o -debe
haberlos- en el maletín ejecutivo junto al balance y la lista de los próximos
despidos, Mein Kampf, el capital de los siervos del capitalismo pues, como es sabido, éstos
no invierte el tiempo en teorías.
Para
sostener sus tesis (las pocas veces que necesitan argumentar, pues por lo
general basta la fuerza de sus caprichos), se basan en los resúmenes
tendenciosos de sus informantes «En este libro no se ironiza sólo sobre lo
que el gobierno ha hecho sino que se hacen insinuaciones sobre lo que podría
tener intención de hacer, como si este Joly viera ciertas cosas no desde fuera
sino desde dentro«, según cuenta Umberto Eco en «El cementerio de Praga«.
Suplencia de las pantallas
Las
pantallas suplen, igual que las páginas aunque con muchas sospechas encima, esa
urgente avidez de captar la realidad más allá de si misma. Por eso -y para eso-
están el cine, la televisión (incluidos algunos noticieros que actúan, en
realidad, como piezas de ficción memorables), las publicaciones digitales, las
redes y, por supuesto los blogs. Ni más faltaba.
«El crimen
del siglo» y «El incendio de abril», novelas de Miguel Torres y Roa, la
película de Andrés Baiz se suman al enciclopédico trabajo del difunto Arturo Alape sobre El Bogotazo, para conocer las aristas del
9 de abril de 1948.
Aristas que
aún hoy cruzan el alma colectiva al punto de convocar una gran manifestación, en
el mismo aniversario del asesinato de Gaitán, para reclamar justicia, apoyar a
las víctimas y solicitar participación, una vez más, en la construcción de la
paz política nacional.
Diccionario griego
Pero, para
no ir tan lejos, convendría seguir los pasos del teniente Jarito por Atenas y
sus alrededores mientras busca asesinos de inmigrantes, descubre las maniobras
de políticos, periodistas, empresarios y mafiosos entreverados en el carrusel
de la corrupción de las obras olímpicas.
Jaritos descansa de tanto titular, informe y noticiero
ojeando sus diccionarios, lo único literario
que lee, en su habitación en un barrio a las afueras de la capital griega.
La Atenas que describe Petros
Márkaris, por cuenta de Jaritos, es la auténtica, no la idealizada y
turística con acrópolis y partenones sino esa «metrópoli, con la violencia, los refugiados, los atenienses que son
cada vez más nacionalistas, con una actitud muy chovinista, muy contra el extranjero«.
Espía proletaria
Por lo demás, la literatura no se limita a la ficción en
novelas o películas (Ojalá se les ocurra retrasmitir radionovelas): documentales
y ensayos, a veces, se pueden leer con tanto deleite «como una novela».
Aunque, a decir verdad, muchas veces se emparejan y queda
imposible establecer donde empieza una y termina el otro. Así ocurre con el legendario Leopoldo Trepper,
comunista soviético, nacido en Polonia y destacado por los nazis como uno de
sus peores (por inteligente) enemigos.
La Orquesta Roja, bajo su dirección envió más
de 2 mil informes a Moscú. Sui red, integrada por 290 agentes «que no eran
espías profesionales, sino furibundos antinazis de diversas
nacionalidades».
Entre los heroicos combatientes de la inteligencia, destaca la
bella Käthe Voelkner quien, al
momento de ser condenada a la decapitación, sonriente con el puño izquierdo en
alto celebra ¨haber podido hacer algunas pequeñas cosas por
el comunismo¨.
Asuntos
baladíes
Detalles, cosas insignificantes hasta que
la mirada fotográfica de alguien las captura y encaja (con cámara, trazos,
textos, voces o lo que sea) con otros en un episodio, sin olvidar que la
realidad fluye veloz entre el momento en que la sabana cae y aparece una taza
de café humeante sobre las prendas del juego de anoche.
Asuntos baladíes, para el caso pormenorizados
por Haruki Murakami en «Crónica del
pájaro que da cuerda al mundo«, que ilustran otra dimensión aparte del
mundo aplanado: «En el pequeño jardín se erguía una estatua de piedra de un pájaro con
las alas extendidas.. Éste -aunque no sé qué tipo de pájaro sería -aparecía con
las alas desplegadas como si, de un momento a otro, fuera a levantar el vuelo
en aquel jardín inhóspito.
Ir a la feria no tanto por comprar, a
menos que un ingreso fortuito permita adquirir un par de cosas, sino por
disfrutar esa frontera entre la ficción y la realidad donde los escritores
hablan de si mismos y de sus libros mientras las promotoras exhiben los últimos
éxitos desde la altura de sus tacones.
Ir a la feria para aprender con Carlos Satizabal que «todo mirar es a la vez pensamiento y
fantasía, memoria y deseo, investigación y revelación«, o con Eduardo Márceles hable de los recursos
de la imaginación, o con una joyciana furtiva que lleva su Bloomday particular indistintamente en los bares de la Macarena, las
playas de Vargas, donde Fidel en Cartagena o, simplemente, arrunchada bajo una
ruana de Nobsa.