Como muestra de arrepentimiento él escribió una carta abundante en gramática lacrimosa, patriotera, pero que no ahonda en explicaciones. Aunque admite algunas de las faltas que le atribuyen, calla lo esencial de las respuestas.
Por su parte, ella acepta la mala conducta imputada, con la misma impudicia con que los de esa calaña giran el meñique hacia abajo para pedir la muerte del toro, la decapitación del gladiador o la horca del profeta delirante.
Empeño arribista
Con el afán de quienes rondan la calle de la miseria buscan trepar hasta la cúspide de esa pirámide que, en su imaginación, es la sociedad. Llegar arriba es su sueño: parece que no supieran que en los pisos superiores no tienen cupo pues, con afanoso arribismo, patean al prójimo, traicionan su origen y se postran ante el patrón, como cualquier traqueto.
Él se desenvolvía en el mercado escabroso de la información secreta. Bajo el alias de “el hacker” (que le pusieron los periodistas tan ignorantes, como él, de los intríngulis de las tecnologías digitales) no podía evitar sentirse a veces un espía, ojalá gringo, de película.
Aparte de pagar, en efectivo, a los oficiales de inteligencia la información extraída fraudulentamente, todo lo demás era hacer resúmenes de los archivos recibidos. Fue así –y no interceptando aparatos, cosa que no sabe hacer- como supo a quiénes espiaban los servicios secretos y del interés de sus jefes por escarbar la vida de contradictores, compinches y socios ocasionales.
Grito de guerra
Ella declara las ventajas de usar un lenguaje correcto, dar un trato amable y brindar con delicadeza los servicios cosméticos. El oficio es el mismo, pero se siente mejor “estilista”, que simple “peluquera”. Antes atendía en la sala de su casa, pero arrendó un local con letrero glamoroso que le ha dado amplio prestigio en la zona.
Desde allí, enfurecida con los malditos “terroristas” denunciados por los noticieros de televisión que no se pierde (los conocidos le reputan lo informada que parece ser), envió con ímpetu de ráfaga un enfático grito de guerra a muerte contra ellos, por smartphone.
La investigación de las autoridades por sus presuntas amenazas contra personalidades democráticas, trajo algo consolador a la estilista: “ahora que aparecés en televisión, eso es bueno en términos de figuración”, le repiten. Su aparición en el noticiero nocturno del sábado fue un acontecimiento en su calle.
El lado bueno del asunto
Alias “el hacker” también busca el lado bueno del asunto. Conocida una primera sentencia en su contra, parece liberado de una enorme carga emocional. Las ojeras, ahora despejadas, saludan con guiños a los fotógrafos.
Los jueces le redujeron la pena y le ofrecen la protección que necesita. Los agentes estatales que trafican con información secreta, las personalidades involucradas y sus redes de forajidos no se andan por las ramas en esta materia.
La estilista afirma con desparpajo de bailarina de salsa y fervor calentano, que la suya fue una expresión apasionada de rabia contra los “terroristas”, que le salió del pecho.
Abre los ojos de amplias pestañas para intenta explicar, con poca habilidad, que la inclusión de líderes demócratas bajo un calificativo que, además de infame las pone en peligro, fue algo menos que un error de teclado, de ella, hábil en manipulaciones digitales.
Muy distinto al tono arrogante de alias “el hacker” quien se proclama responsable del “mayor centro de espionaje contra el proceso de paz y la central de propaganda negra de la campaña presidencial del candidato opositor”. Casi nada. A tamaña jerarquía deberían corresponder, suponen algunos, unos honorarios de largo alcance y la compañía de una estilista rumbosa.