Quienes han admirado el documental “Sady González, una luz en la memoria”, estrenado en el más reciente festival de cine de Cartagena con aplausos justificados, se preguntan por el destino del archivo, que fue de Nueva Frontera, en cuanto parte fundamental de ese “descomunal testimonio fotográfico”, que es la obra de Sady.

El documental largometraje, dirigido por Margarita Carrillo y Guillermo González Uribe, presenta la trayectoria de quien merece ser considerado pionero de la moderna reportería gráfica en Colombia. Un retrato, valga el término, emocionante y convincente de quien ilustró años claves de la historia nacional, que igual señala con su lente causas y causantes, drama, belleza, violencia y rostros que habitan el alma colombiana.

Machetes. Fotografía de Sady González. Bogotá. 9 de abril de 1948

Selección para la crónica

Eran los días en que los vendedores de publicidad empezaron a autodenominarse “asesores comerciales” con la intención, quizás, de recuperar parte de la pauta que la revista había perdido, entre otras causas, por su enfático repudio a los llamados “dineros calientes”.

Nueva Frontera denunció con firmeza la penetración de fortunas producto del narcotráfico en muchos círculos sociales, gubernamentales, empresariales y periodísticos del país.

En las reuniones de consejo editorial el director, Carlos Lleras Restrepo, alertaba sobre los riesgos de recibir anuncios publicitarios de dudosa procedencia. Su discípulo y amigo Luis Carlos Galán Sarmiento había muerto, asesinado en Soacha, por sicarios a órdenes de Pablo Escobar y sus compinches.

Al final del pasillo que separaba las oficinas de redacción de las administrativas y comerciales, en un cuarto con persianas siempre cerradas, se apilaban hasta el techo varios cajones de madera con el archivo fotográfico comprado a los sucesores de Sady González.

Una de mis tareas como jefe de redacción del semanario consistía, precisamente, en seleccionar las fotos que habrían de ilustrar “Crónica de mi propia vida”, ese prolijo relato de historia política que el ex presidente Lleras Restrepo escribía con rigor de amanuense renacentista.

Revisar el contenido de las cajas era una tarea dispendiosa y, al mismo tiempo, atrayente. Muchas horas dediqué a investigar los pequeños sobres de papel marcados (unos a mano con exquisita caligrafía en tinta y otros, más recientes, a máquina), con la fecha, los datos del evento y el número de negativos guardados.

Bien cuantioso

La utilidad del archivo para ilustrar la “Crónica…” era innegable. Pero, antes, había que ubicar, entre el cúmulo de cajones desordenados y sin referencia externa alguna, aquellos que correspondieran al momento que narraba el ex presidente en su entrega semanal.

Las anotaciones en los sobres eran, en cambio, una gran ayuda que incitaba mi curiosidad al punto de trasnochar muchas veces tras el rastro de un personaje en ceremonias, reuniones, eventos y todo tipo de sucesos ocurridos medio siglo antes y protagonizados, casi siempre, por gentes desconocidas para mi generación.

Nunca encontré respaldo para mi iniciativa de organizar el archivo debidamente. El jefe de ventas, director comercial o algo así, consideraba el archivo como un capricho costoso e inservible del anciano estadista, que nunca produciría un peso de ingresos, a menos que se vendiera como desperdicio. En cambio Lleras Restrepo y algunos miembros del consejo editorial lo tasaban como un bien de inestimable valor.

Llegada de Pablo VI. Fotografía de Sady González, Bogotá. 22 de agosto de 1968

Beso a Eldorado

El gozo que dijo haber sentido el Papa Pablo VI al llegar “a las cimas andinas y los viejos caminos de los chibchas” el jueves 22 de agosto de 1968, lo retrató con exactitud Sady González, por entonces fotógrafo oficial de la presidencia que ocupaba, vaya coincidencia, Carlos Lleras Restrepo.

El primer cuadro muestra al ilustre visitante cuando detiene, con un movimiento de mano, al mandatario que se acerca a darle la bienvenida. Enseguida, recoge levemente la sotana para arrodillarse. Finalmente, una toma del instante en que besa la pista del aeropuerto El Dorado, al lado del tapete tan escarlata como su capa pontificia.

Así registró Sady González la llegada del primer papa a América. La enorme cobertura mediática del viaje, reprodujo esas imágenes del fotógrafo bogotano en portadas de todo el mundo. Aún hoy, en atrios pueblerinos y ventas de beaterías, se ofrecen postales que muestran al jerarca católico postrado ante la superficie del altiplano cundiboyacense.

Confusión de tomas

En una gaveta guardada celosamente al fondo del armario matrimonial, los hijos de Sady González y Esperanza Uribe (eficaz autora, entre otras cosas, de las notas que identifican los archivos con los negativos de las fotos tomadas por su esposo), encontraron cientos de tomas hechas por Sady durante el desventurado abril que brotó del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo inmolado en 1948.

Entre las imágenes ardorosas y sombrías de la tragedia destaca una, atribuible a un maestro de la composición escénica como Velásquez, que muestra a 12 hombres del pueblo, rebeldes armados e ingenuos, que en su embriaguez distraen la toma del poder por tomar de una botella posiblemente robada.

Frente a ellos, separado por la cámara lúcida, Sady González enfoca, encuadra y obtura sin grima y con mirada irónica lo que podría ser el retrato auténtico de un pueblo que acaba de perder su destino.

Salvo algunos empolvados volúmenes de “Crónica de mi propia vida” en tiendas de saldos, sus libros vendidos a una universidad privada y unas cajas con documentos personales en la biblioteca Luis Ángel Arango, los archivos de Lleras Restrepo en lo que hace a Nueva Frontera, incluida la colección fotográfica de Sady González, desaparecieron a la muerte del estadista.

Ojalá el interés que despierta el documental “Sady González, una luz en la memoria”, aliente la búsqueda. Su hallazgo podría alumbrar parajes inexplorados en la historia de este país olvidadizo.