1. Crónicas de La Candelaria.
Dentro de dos días, el próximo miércoles, será el estreno. Hoy se pondrá a prueba el resultado, previo a esa función inaugural, de tantos meses de trabajo, estudio y búsquedas de actuación, sonido, luces y todo lo que compone un espectáculo teatral de categoría. Camilo, es el título de la nueva obra.
A otro tenor
Ese sólo nombre levanta suspicacias, sobre todo en gente acostumbrada a hablar de oídas. Paro los seguidores del grupo de teatro La Candelaria se trata, obviamente, de una obra que hacia falta sobre Camilo Torres Restrepo, el sacerdote católico que tuvo una presencia resonante en la vida pública y que murió, como combatiente revolucionario, en las montañas de Santander, Colombia.
En la mayoría de sus creaciones, La Candelaria -que cumple medio siglo como grupo de teatro profesional independiente-, se ha ocupado de temas históricos. Desde Soldados, la pieza con que se inauguró el grupo bajo el nombre de “Casa de la Cultura” el 6 de junio de 1966, hasta ésta, Camilo, que estrena pasado mañana en su sede del barrio colonial de Bogotá.
El propósito, manifiesto, de contribuir a formar una dramaturgia propia, indoamericana y vanguardista al mismo tiempo, estorba ese mercado antojadizo que por estos días ofrece una comedia intitulada “La puta enamorada” de un español, Chema Candeña.
No. En tratándose de La Candelaria, el asunto es a otro precio. En la preparación de Camilo han invertido casi dos años de intenso trabajo entre lunes y viernes, desde las 9 de la mañana hasta la una de la tarde, casi todos los días, excepto breves interrupciones por giras en provincia y vacaciones.
Nada más definir las circunstancias históricas, sociales, económicas y personales, que enmarcaron la vida del sacerdote revolucionario, les tomó largas sesiones de investigaciones, estudios y charlas con investigadores, académicos y especialistas entre ellos el teatrero y ex-cura australiano, irlandés y colombiano, Joe Broderick, autor de la reputada biografía de Camilo: el cura guerrillero.
Los estudiantes y Camilo
Este ensayo se hará ante casi 200 activistas y dirigentes estudiantiles y juveniles invitados especiales. En corrillos, menos ruidosos de lo que se supondría, recorren los pasillos alrededor del patio externo de la casa colonial, observan los afiches de obras que hace tiempos se dejaron de exhibir y esperan el llamado para ingresar a la sala.
Daysi, la portera del teatro, tiene poco trajín esta noche pues los mismos estudiantes se encargan de controlar el ingreso de sus compañeros. También estará presente una media docena de veteranos seguidores pertenecientes a la –así llamada por Enrique Buenaventura- “tribu de La Candelaria”.
El reloj marca las 7 y 20 de la noche cuando un hombre con sotana cruza la cafetería y antesala. Saludo a algunos muchachos y con voz educada pronuncia una letanía de bienaventuranzas. Indica, amable y discreto, al público la puerta de ingreso a la sala.
Una hora y cuarto después, el ensayo ha terminado. No hubo ninguna interrupción entre el saludo de la directora, Patricia Ariza, y la “caída del telón”, vale decir, el apagón de luces que antecedió a los aplausos de los asistentes. Luego se dio un breve coloquio entre artistas y estudiantes invitados.
Patricia Ariza era una inquieta, e inquietante, muchacha seguidora de las vanguardias de los sesenta que, como toda su generación y el país, encontró en Camilo Torres Restrepo un líder fulgurante, intelectual vigoroso y valiente adversario de esa oligarquía tramposa y criminal que gobierna a Colombia desde su fundación como república.
Canónigo de promisoria carrera, académico agudo y sensible, pronto se destacó como profesor e investigador de la Universidad Nacional, la principal de Colombia, donde fue capellán y cofundador de la primera facultad de sociología en Latinoamérica.
La tradición de lucha del estudiantado colombiano se remonta a junio de 1929, cuando cae asesinado el universitario (de la Nacional) Gonzalo Bravo Páez, en medio de una manifestación contra el régimen conservador, mismo que había ordenado la Masacre de las Bananeras, en diciembre de 1928.
En 1954, cuando los estudiantes conmemoraban un aniversario más de tales acontecimientos, tropas gubernamentales dispararon contra la marcha causando centenares de muertos y heridos. La indignación alcanzó tal magnitud, que un año más tarde caería el responsable de esta nueva masacre, el dictador Gustavo Rojas Pinilla.
Unidad fecunda
Los sucesivos gobiernos del bipartidismo liberal y conservador (el mismo que había desatado una violencia que causó, según los cálculos de “La violencia en Colombia”[1], aproximadamente 200 mil muertos entre 1949 y 1962, particularmente campesinos y colonos), dieron también la espalda a las reivindicaciones de trabajadores y estudiantes. Tal era la situación que encontró Camilo cuando, a su regreso de Europa, fue designado capellán universitario.
Allí, a la par con una fecunda producción docente e investigativa comprometida con las comunidades urbanas y campesinas; promovió proyectos y acciones coincidentes que las alternativas abiertas por el triunfo de la Revolución Cubana en 1959.
Camilo agudizó sus críticas al sistema. Denunció, afirmado en estudios sociológicos nunca antes efectuados en el país, las consecuencias de la explotación contra el campesinado y los trabajadores a manos de latifundistas, gamonales, jerarcas militares y eclesiásticos. Contra esas fuerzas convocó a la unidad popular y creó el Frente Unido.
En tanto los artistas se aprestan en la tras-escena, suplican a musas, duendes y ángeles del teatro para que los asistan. Después del estreno y las temporadas vendrán las observaciones, comentarios y opiniones del público. La tribu emitirá, juiciosa y diversa, sus apreciaciones.
La música, el ritmo, la estructura, los parlamentos y las actuaciones, todo será examinado escrupulosamente en el futuro, cuando la función de hoy se haya convertido en episodio olvidado, en un simple apunte al margen de una página doblada.
___________________
[1] Mons. Germán Guzmán y Orlando Fals Borda. La violencia en Colombia”, Capítulo XI. Universidad Nacional, Bogotá, 1962.