- 3. Crónicas de La Candelaria.
Las actividades que adelantó la Casa de la Cultura desde junio de 1966 hacían prever que la celebración del primer aniversario sería, como en efecto ocurrió, por todo lo alto.
Nunca antes en toda su historia, la ciudad había vivido tantas semanas seguidas de jolgorios que empezaban el lunes con una invitación a escuchar discos de jazz comentados por un joven entendido en músicas llamado Hernando Salcedo Silva. Los martes, venían las conferencias escogidas por la mirada lumínica que Miguel Sánchez Méndez heredó, con los hermanos, de su padre fotógrafo. Ante auditorios colmados, se exponían y debatían temas sobre Cuba y el socialismo, existencialismo y psicoanálisis, Vietnam, los bombardeos contra el campesinado de Riochiquito y Marquetalia y hasta una sobre una encíclica de Pablo VI, que pretendía corregir los vientos conciliares, no fueran a emparejarse con los aires del sur.
Días de bullicio
Entre la séptima y la trece, desde la 19 hasta los puentes de la 26 y más allá, esa zona se volvió un epicentro intelectual que congregaba, en casi igualdad de condiciones, a exquisitas parejas chapinerunas, elocuentes catedráticos, violinistas, agregados culturales, estudiantes provincianos, periodistas, aprendices de pintor y a muchachas locuaces de falta corta y largos sueños en medias negras.
Había público para todo porque había de todo para el público, en tratándose de las últimas tendencias del arte, la política y la moda. Pero, quien quisiera ir más allá de las escasas referencias que, por si acaso, incluía la recortada prensa local; encontraba en la Casa de la Cultura las más vigorosas propuestas, los experimentos más audaces, el planteamiento más irreverente. Todo lo cultivado en música, artes plásticas, títeres y marionetas en las mañanas de domingo para los chicos con dramaturgia y dirección de nada más y nada menos que Carlos José Reyes, mismo que dirigiera el montaje de “Soldados”, que abrió las actividades de la Casa de la Cultura.
Por cafés, billares, aulas y tiendas de barrio de las inmediaciones, se fue desparramando la noticia. Subió por calles malafamadas de Germania y Egipto, se extendió al norte, más allá de la avenida Chile. Entró a la Ciudad Universitaria. Cundió por el Santa Fe y alcanzó el legendario barrio Policarpa Salavarrieta. De esas y muchas otras partes venían los socios de los clubes de jazz, cine y los bulliciosos integrantes de los grupos infantiles. Las entradas tenían precios cómodos, en especial para estudiantes y obreros. Había para todos los gustos.
Los lunes desde tempranas horas, de las calles de desprendían rumbo a la sede cultural, chicas rubias con oboes, escritores de bufanda equipados de cigarrillos sin filtro, bachilleres sin clase y sus profesores en pie de huelga, desempleados buscando chamba a la sombra de cualquier cacique político, activistas del ocio. Las jornadas terminaban el domingo a las nueve de la noche con la presentación de teatro.
Formación de director
La temporada de “Soldados” se prolongó hasta el estreno, en septiembre, de “La Manzana” de Jack Gelber. Mientras tanto, avanzaban los preparativos para una auténtica epopeya: el montaje de “La persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representada por el grupo teatral de la casa de salud mental de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade”.
Apenas desembarcó de Alemania, donde estudió literatura y teatro, Fernando Gonzáles Cajiao plantó la idea de llevar a las tablas el Marat/Sade de Peter Weiss que tanta polémica destrabó con su estreno, en el Teatro Schiller de Berlín, el 29 abril de 1964.
Santiago García aceptó el reto de dirigir el montaje de esa obra donde se cuentan los sucesos de la exhibición teatral que, el miércoles 13 julio de 1808, presentó un grupo de internos del manicomio de Charenton, ante el director de dicho establecimiento, su señora esposa e hija y un selecto grupo de invitados.
Dirige la obra el reconocido escritor, varias veces censurado, provocador y delincuente político, Marqués de Sade. Al otro lado, Jean Paul Marat, científico y periodista erigido por si mismo en censor de la revolución francesa, representado por un paciente paranoico quien responde a las acusaciones de traición a los principios de libertad, igualdad y fraternidad que le lanzan con creciente rabia en representación del pueblo, los clientes del manicomio.
Durante el último año, desde que empezaron a darse funciones de teatro los domingos, ha crecido el corrillo de jóvenes que pasadas las diez de la noche, cuando termina la función, rondan frente a la entrada de la Casa de la Cultura en busca de fiesta para celebrar.
Santiago no menosprecia esos motivos. Pero sabe que para dirigir se necesita estudiar mucho, cultivar el talento sin hipocresía y con disciplina espartana. Por eso rehúye las invitaciones, por andar embebido en la dirección del Marat/Sade. Varias veces estuvo a punto de caer dormido en la mesa de trabajo, mientras González Cajiao le exponía las razones de un giro gramatical o el porqué de un término en vez de una palabra en alemán.
Yo actúo
Un pasaje de Marat/Sade conmovió en especial a García: cuando Sade manifiesta odiar la forma como la naturaleza registra la muerte de los seres humanos, como un espectador desapasionado, capaz de soportar lo trágico y lo magnífico con la misma cara dura de un témpano. Sin emociones.
La réplica de Marat, el científico que abandonó todo por la causa revolucionaria, es una incitación a la acción que, a través de la palabra, lucha contra la indiferencia. La contienda transcurre frente a dos públicos que escuchan con idéntico alelo el debate, separados por las rejas del asilo: los dementes forman un coro que complementa, interrumpe y participa aunque, con algunos excesos corregibles en las futuras presentaciones
Más acá, desde la sombra, el público mira en silencio al paranoico que representa a Marat quien, con gesto que enardecía al populacho parisino, dice de si mismo: “frente a la vasta indiferencia invento razones. No miro pasivamente, actúo”.
Con esos parlamentos nutrió su trabajo Santiago García. Poco gustoso del título de director pues, asegura, es algo indefinible que -sin desdeñar los aportes de la formación académica-, reclama mucho tiempo y, sobre todo, una convicción filosófica del oficio.
En la versión de Marat/Sade García, además de director, representa a Sade quien, como Sade, dirigió un elenco del manicomio de Charenton en el montaje de una obrilla sobre sucesos relacionados con el asesinato de Jean Paul Marat, en su sala de baño el 7 de julio de 1793, a manos de Carola Corday.